Siempre he sido de la idea de que calificar como bueno o malo un año es un ejercicio absurdo y sin sentido, pues en general se trata de una apreciación subjetiva que depende de los sucesos o momentos a los que cada quien decida dar mayor importancia al evaluar lo ocurrido durante el año, pero en el caso de 2020 haré una excepción, pues creo que hay suficientes elementos para argumentar que fue una sucesión de tragedias y situaciones complicadas para, literalmente, todo el mundo.
En lo personal, más allá de las muchas incomodidades surgidas de las medidas de prevención, empezando por el encierro, no tengo mucho de qué quejarme. Trabajo desde casa, así que ese aspecto no fue una novedad para mí, aunque si hubo un periodo de dos o tres meses en que el volumen de trabajo dacayó de forma importante, algo que nunca será bueno para un freelancer cuyos ingresos van en directa proporción al trabajo realizado. Mis demás quejas van más en el sentido de privilegios perdidos. Mis lunes de cine, excursiones de compras, y algunas otras actividades que son una bienvenida distracción tuvieron que parar antes de completarse tres meses del año.