El Hoyo, película conocida alrededor del mundo como The Platform, es un thriller de suspenso y ciencia ficción español, escrito por David Desola y Pedro Rivero, basado en una obra de teatro jamás producida que escribieron ellos mismos. La película fue dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia1 y cuenta con las actuaciones de Iván Massagué, Antonia San Juan, Zorion Eguileor, Emilio Buale y Alexandra Masangkay.
La película se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre de 2019 y, además de críticas positivas, ganó el People's Choice Award for Midnight Madness. Un mes después se proyectó en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, donde se le reconoció como mejor película del festival, primera cinta española en lograr esa distinción. Fue el acto de apertura de la Semana del Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, y en noviembre se estrenó en cines españoles.
A su paso por festivales hubo una puja por los derechos de distribución, que fueron adquiridos por Netflix, que la agregó a su catálogo en la mayor parte del mundo (excepto Asia) en marzo de 2020. Ese mismo año, en la entrega de los Premios Goya 2020, máximo galardón al cine español, El Hoyo ganó el premio por mejores efectos especiales, y estuvo nominada como mejor guion original y mejor director nuevo. Su popularidad alrededor del mundo parece haberse disparado durante la pandemia, quizás por el tema de la reclusión.
La historia sigue a Goreng (Massagué), un hombre que despierta en una celda de concreto en compañía de Trimagasi (Eguileor), un hombre mayor. La celda está marcada en un muro con el número 48, y tiene un enorme agujero cuadrado en el piso, y otro igual en el techo. Al asomarse, Goreng ve que parece estar en una torre formada por celdas idénticas que se extienden hacia arriba y abajo hasta donde alcanza la vista. La celda sólo tiene un par de catres en extremos opuestos de la habitación, además de un inodoro y un lavabo en uno de los costados.
Con cierta renuencia, Trimagasi le explica el funcionamiento básico del lugar. Una vez al día, por el agujero desciende una plataforma llena de comida. El problema es que no hay un sistema de distribución, así que quienes están en los niveles inferiores sólo pueden comer las sobras de quienes viven arriba de ellos, y la consecuencia lógica es que no llega comida alguna a los niveles más bajos. Nadie puede acumular comida, pues la celda se calienta o se enfría progresivamente hasta que se deshagan de lo que tienen.
Cada recluso eligió un único objeto personal. Boreng tiene una copia del Quijote, mientras que Trimagasi posee un cuchillo que nunca pierde el filo. Pronto se revela que, con intención de dejar de fumar y leer el libro en cuestión a lo largo de seis meses, Goreng entró de forma voluntaria al "Centro de autogestión vertical", como se conoce al lugar, aunque los internos lo llaman "El Hoyo". Cada mes los reclusos son aleatoriamente cambiados de nivel, así que nadie sabe qué tan bien podrá alimentarse en las siguientes semanas.
Goreng conoce a otras personas, incluidas Miharu (Masangkay), una mujer que cada mes trepa a la plataforma con intención de buscar en los niveles inferiores a su hijo perdido; Imoguiri (San Juan), una ex empleada gubernamental que llevó a su perro y quien le explica que la idea del centro es enseñar a la gente a crear conciencia sobre la importancia de pensar en los demás; y Baharat (Buale), un hombre de ascendencia africana que está convencido de poder escapar, o convencer a las autoridades de hacer algo para mejorar las condiciones de los internos.
La crítica social es demasiado evidente como para considerarla una alegoría, sobre todo en el tema de la estratificación social donde los de arriba viven con excesos sin pensar en los de abajo, y cuando estos logran ascender se comportan de la misma forma, sin importar que sepan lo que es padecer las privaciones de los niveles inferiores. Cuando Goreng intenta dialogar con sus vecinos, Trimagasi le pide no hablar con los de abajo, pero también lo desalienta de intentar comunicarse con los de arriba, pues no lo escucharán.
Esa descarado enfoque debe ser una de las razones por las que a la película le ha ido tan bien durante la pandemia, que en algunas partes del mundo ha sacado lo peor de ciertos sectores de la sociedad, revelando que el ser humano parece más propenso a refugiarse en el egoísmo que a pensar en el altruismo como una solución a los problemas convertidos, lo que genera una desoladora sensación de desesperanza y abandono en aquellos que tratan de hacer lo correcto.
Cada giro argumental que presenta la historia (y son más de los que uno pudiera esperar en un entorno tan limitado) muestra una nueva capa del problema que enfrentan sus protagonistas, a la vez que reflejan otro aspecto negativo de la sociedad contemporánea. Este desolador análisis social muestra de forma gráfica los alcances que puede tener el instinto de supervivencia al enfrentar una situación desesperada, exacerbados en este caso por la idea de estar rodeado de gente en la misma situación pero incapaz de penar en los demás.
El concepto y ejecución de la historia es muy astuto, y aunque en la superficie parece compartir algunas ideas y temas con películas como Cube (El Cubo, 1997) o Snowpiercer (El Expreso del Miedo, 2013), hace cosas más interesantes y perturbadoras con ello, sobre todo al retratar la forma en que una crisis o situación extrema puede sacar a relucir lo peor de nosotros mismos. En ese aspecto, es importante aclarar que la película nunca se siente como algo derivativo o una mera mezcla de ideas.
Me queda claro que el tema que Gaztelu-Urrutia y su equipo, empezando por Desola y Rivero, es la urgencia de lidiar con una distribución equitativa de nuestros recursos y la importancia de los esfuerzos individuales por iniciar el cambio. El Hoyo es una película desgarradora y por momentos difícil de ver, pero se trata de una historia relevante y sobre la que vale la pena reflexionar. Totalmente recomendada.
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