El youtuber y director brasileño Joe Penna hizo su debut en cine hace unos años con la aclamada película Arctic (2018), protagonizada por Mads Mikkelsen, en la que lidia con el tema de la soledad en un entorno hostil, y para su segundo largometraje retoma un poco esa misma idea, pero cambiando las heladas planicies del Polo Norte por el frío vacio del espacio, y usando espacios claustrofóbicos con un reducido grupo de personajes.
La filmación se realizó en 2019, y el plan original era que Sony Pictures distribuiría la película fuera de los Estados Unidos. La falta de salas disponibles a causa de la pandemia echó por Tierra esos planes, y a fines de 2020 Netflix compró los derechos para su distribución internacional, por lo que la película se estrenó por fin el pasado 22 de abril en varios países, México incluido, a través de esa plataforma.
No me parece del todo correcto afirmar que Penna y Morrison tomaron los mismos temas de su primera película para explorarlos de forma más extensa y ambiciosa en su segundo proyecto, porque no tengo forma de saberlo con certeza, además de que también pudo ser al revés. El guion de Stowaway fue el primero que escribieron, así que quizás Arctic fue resultado de desarrollar una versión más austera y con menos requerimientos de producción para facilitar su realización con una inversión menor. Como haya sido, las similitudes entre ambas películas no van más allá de compartir temas.
En un futuro cercano, la humanidad tiene una colonia en Marte y los vuelos tripulados al planeta rojo son una ocurrencia regular. Marina Barnett (Collette) es una experimentada astronauta que sirve como comandante en su tercera misión, que será además su último viaje. Le acompañan Zoe Levinson (Kendrick), investigadora médica; y David Kim (Kim), un biólogo que estudia las posibilidades de usar algas como fuente de oxígeno en Marte. Ninguno de ellos es astronauta de carrera, sino que fueron elegidos entre miles de académicos que presentaron propuestas y fueron sometidos a un exhaustivo entrenamiento.
Ambos se prepararon para las exigencias físicas y mentales de una misión espacial de dos años lejos de su hogar o seres queridos, pero carecen de experiencia para lidiar con imprevistos capaces de alterar hasta los planes mejor cuidados. Doce horas después de dejar la Tierra y realizar la maniobra que los lanzó en dirección a Marte, Barnett descubre un cuarto pasajero a bordo. Michael Adams (Anderson) es un técnico que trabajó en el módulo espacial y de algún modo quedó inconsciente a bordo antes del lanzamiento. Ahora deben hallar el modo de que recursos pensados para tres personas basten para llevarlos a todos hasta Marte.
Con el tiempo en contra, los cuatro trabajan para resolver el problema antes de que sea demasiado tarde pero, si no logran dar con una solución efectiva, ¿estarán listos para tomar decisiones difíciles, o dispuestos a realizar los sacrificios necesarios para completar la misión? Como pueden darse cuenta, se trata de un enfoque novedoso a un problema que de una u otra forma hemos visto explorado en muchas ocasiones en cine o televisión, y cuenta con la gran ventaja de tener a un talentoso elenco con la suficiente capacidad dramática como para hacerlo funcionar.
Los cuatro actores hacen un gran trabajo al construir a cuatro personajes atrapados en una situación imposible, proyectando el miedo y estrés que uno esperaría bajo esas circunstancias, sobre todo considerando que, para fines prácticos, tres de ellos son civiles que tratan de lidiar con un problema que supera sus habilidades en el entorno más complicado en que se pudieran hallar. Por desgracia el guion no hace lo suficiente para desarrollar a los personajes lo suficiente como para crear el nivel de empatía necesario para que la historia conecte emocionalmente con la audiencia, y el resultado se siente como un esfuerzo a medias.
Es decir, no es que el guion sea malo o no logre presentar a los personajes como seres humanos. En los primeros minutos vemos a David vomitar luego de que su cuerpo hace una rápida transición de varias g a gravedad cero, y la emoción pura de Zoe al darse cuenta de que realmente está en el espacio recuerda la clase de alegría que uno identifica con la inocencia infantil. Pero no hay un esfuerzo por mostrar lo que ninguno de ellos era en la Tierra, nada que ayude a poner en perspectiva lo que podrían perder si algo sale mal. Además, por varios minutos se juega con la idea de que Michael podría haber sido un polizonte intencional.
Eso no sería un problema si esto fuera un thriller de suspenso con un ritmo implacable que nos llevara de un problema a otro sin dejarnos recuperar el aliento, pero Penna opta por un ritmo semilento que enfatiza la melancolía y profunda soledad de cuatro personas en contacto constante con la Tierra pero que no pueden recibir ayuda de nadie. Los ataques de pánico de Michael, quien además dejó atrás a una hermanita que depende de él, son los únicos momentos que logran proyectar la desesperanza que se apodera de ellos conforme se complica su situación, y es quizás el único personaje por el que uno llega a preocuparse.
Con un elenco menos capaz, la película pudo ser un desastre, pues las apagadas conversaciones en los estrechos pasillos de la nave no tendrían el peso emocional para cargar con la historia. El drama creado al ver las diferencias en la forma de atacar el problema entre la compuesta y capaz comandante, la siempre optimista joven y el pragmático científico es suficiente para mantener en marcha la historia sin perder el interés del espectador. El resultado es una película que deja a la audiencia con la sensación de que pudo ser una historia más poderosa, pero le faltó algo para lograr explotar todo su potencial.
Penna tenía todos los ingredientes para crear un thriller memorable, pero quizás la falta de experiencia le pasó factura. Su película es un emotivo estudio de personajes con algunos momentos satisfactorios, pero no logra crear la suficiente tensión como para ser del todo efectiva. Ni siquiera la arriesgada maniobra que los astronautas realizan en un último y desesperado intento por resolver el problema genera el suspenso necesario para emocionar a la audiencia. Es como si existiera un conflicto de identidad entre la historia que el director quería contar y el modo que eligió para hacerlo.
Tampoco ayuda tener fresca en la memoria la excelente Oxygène, disponible también en Netflix, en la que Alexandre Aja y Mélanie Laurent logran mucho más con menos elementos. Al final, Stowaway resulta una íntima historia acerca de cuatro personas atrapadas lejos de todo y en una situación imposible, con mucho drama personal y algunos momentos de profunda reflexión, pero que se queda corta en su intento de ser algo más. Recomendada, sobre todo por las actuaciones, pero con muchas reservas.
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