Luc Besson es un escritor, director y productor francés que se hizo de nombre en la parte final del siglo pasado gracias a películas como La Femme Nikita (Nikita, 1990), Léon: The Professional (El Perfecto Asesino, 1994) o The Fifth Element (El Quinto Elemento, 1997), pero que en este siglo ha dirigido poco, enfocándose a producir o escribir películas para otros realizadores. Lucy (2014) es una de un puñado de cintas live action que ha dirigido en la última década.
Esta película de acción y ciencia ficción cuenta con las actuaciones de Scarlett Johansson, Morgan Freeman, Choi Min-sik y Amr Waked, y fue escrita por el propio Besson, quien además la coprodujo junto a su esposa, Virginie Besson-Silla. La película se estrenó en el verano de 2014 y en muy poco tiempo se convirtió en uno de los mayores éxitos de taquilla de la carrera del talentoso realizador francés, y aunque la respuesta de la crítica fue mayormente positiva, también tuvo reacciones encontradas.
La historia sigue a Lucy (Johansson), una mujer occidental que estudia en Taipei, Taiwan, quien es manipulada por su novio (Pilou Asbæk) para entregar un maletín al líder (Choi Min-sik) de unos mafiosos coreanos. La chica es reclutada a la fuerza para servir como mula y llevar un paquete de una nueva droga sintética a Europa, pero algo sale mal y acaba en el sótano de unos delincuentes, donde es maltratada, y cuando un golpe revienta la bolsa que le insertaron en el vientre, la sustancia es absorbida por su cuerpo.
Lo que debió resultar en una muerte por sobredosis provoca profundos cambios en Lucy, creando nuevas conexiones neurológicas que le dan acceso a partes del cerebro que el ser humano promedio no utiliza. Como resultado adquiere una mayor capacidad mental y un elevado control de su cuerpo. Tras escapar de sus captores, visita al mafioso para averiguar a dónde enviaron a las otras mulas. Antes de volar a París, contacta a Pierre del Rio (Waked), un policía francés a quien da la información para detener a los tres hombres.
También contacta al profesor Samuel Norman (Freeman), científico cuyas teorías sobre la evolución y desarrollo del cerebro pueden ser la clave para que Lucy sobreviva. Lo que sigue es una emocionante carrera contra el reloj, pues ella sabe que mientras su cerebro se sigue desarrollando, ahora con habilidades telepáticas y telequinéticas, su cuerpo se va a deteriorar y le quedan sólo unas horas, así que con ayuda de Del Rio intenta recuperar la droga para ir con Norman antes de que los traficantes coreanos se apoderen de ella.
Aunque muchas de las críticas negativas que la película recibió en su momento eran de gente que encontró que la historia era muy enredada, también hay muchos casos en que la principal queja es que la película carece de rigor médico o científico y parte de ideas refutadas hace mucho, como la idea de que el hombre utiliza sólo el 10% de su cerebro. Esto me parece absurdo, pues es obvio que se trata de una historia de ficción y no tiene obligación alguna de ser realista, pues no es ni un documental ni una película educativa.
La única congruencia a la que está obligada es consigo misma, y si algo hace bien Lucy es respetar su lógica interna y llevar su premisa hasta las últimas consecuencias, lo que habla del nivel de compromiso de Besson por hacer las cosas a su manera, pues hubiera sido más fácil y cómodo ceñirse a las expectativas de otros y hacer una película más lineal y predecible en vez de correr riesgos. En lo personal, siempre voy a preferir una historia que se atreva a hacer cosas diferentes sobre una que renuncie a su identidad.
Besson toma ideas de muchas partes: una atractiva mujer secuestrada y abusada en el bajo mundo, un dotado peleador que enfrenta fuerzas abrumadoras, una droga sintética que eleva la capacidad humana y una exploración del significado de la vida y el lugar del hombre en el universo, y las envuelve en un una entretenida película de acción con descabellados conceptos metafísicos y de ciencia ficción que hace eco de momentos específicos en películas como Akira, The Matrix o Altered State, pero de buena manera.
El talentoso director francés se caracteriza por su propósito de entretener, así que en vez de clavarse en cuestiones metafísicas (más allá de un par de monólogos, uno de la propia Lucy y uno del profesor Norman) se enfoca en la acción y da peso a la subtrama de la mafia coreana dispuesta a todo para recuperar la droga. Temas como la falsa idea de individualidad y la preocupación humana por tener en vez de ser, o la naturaleza del tiempo y nuestro concepto de la inmortalidad, pasan a segundo plano.
La película dista de ser perfecta, pero la gran mayoría de sus fallas son producto de que intenta hacer demasiado sin renunciar a ser un producto de entretenimiento, y me parece correcto apuntar que nunca, ni siquiera al explorar los aspectos más complejos y elaborados de su premisa, subestima la capacidad del espectador para seguir la trama ni intenta hacer reducciones simplistas de lo que pretende hacer. Además, el ritmo narrativo no decae jamás, lo que es muestra de la capacidad del director para evitar pausas expositivas.
En cuanto a las actuaciones, el elenco secundario hace una muy sólida labor pero sin momentos sobresalientes. Sus personajes fueron escritos para encajar en ciertos estereotipos, pero evitan sentirse falsos o acartonados. Johansson logra un delicado balance entre los distintos momentos que atraviesa su personaje al pasar de la chica indefensa y asustada a una fría computadora humana que intenta no desviarse de su objetivo, e incluso tiene una emotiva y poderosa escena individual al hablar por teléfono con su madre.
El arco del personaje refleja algunos puntos de la carrera de la actriz, que pasó de los roles de chica ingenua a heroína de acción con papeles muy emocionales a lo largo del camino, y ser testigos de una transformación similar en una sola película es una experiencia un tanto extraña, pero quizás sea también la razón principal para que la película funcione y no se sienta como un pastiche de ideas inconexas ni se desmorone una vez que queda claro que los temas más complejos y trascendentales de la trama no serán explorados.
Besson siempre ha mostrado interés en crear heroínas de acción con cierto aire feminista, pero en Lucy esto funciona de forma diferente. Cuando las hormonas alteran su cuerpo, ella se convierte en una mujer fuerte y capaz de defenderse o vengarse por sí misma, pero conforme la historia avanza y su mente evoluciona, parece ir renunciando a su humanidad. Poco a poco empieza a hablar de forma monotona, carente de emociones, y ve a la gente con una curiosidad que recuerda al Terminator y otros monstruos del cine.
En ese sentido, la película parece explorar los miedos de aquellos que se oponen a las ideas de empoderamiento femenino, Desde cierto punto de vista, se podría decir que la evolución o revolución que atraviesa el personaje le permite encarar la misión de destruir el patriarcado, pero la historia va más allá. Al final Lucy no se conforma con superar su etapa de mujer oprimida y tal vez revertir los roles de género o convertirse en el ideal de la mujer empoderada. Su objetivo es trascender a la humanidad.
Para una película que parece conformarse con ser una cinta de acción con una ambiciosa premisa, ésa no es una reflexión menor. A lo largo de la historia se sigue esa idea temática, que para evolucionar y alcanzar nuestro potencial tendríamos que renunciar a las debilidades y defectos que de uno u otro modo nos definen como individuos y como seres humanos, lo que es una interesante contrapropuesta a la idea de la transformación instantánea, de pasar de humano a sobrehumano o rozar la divinidad.
Lucy dista mucho de ser una película perfecta, pero a pesar de no ser del todo original se siente como una obra fresca. Es una entretenida película que derrocha ideas y confianza de un realizador que años atrás muchos consideraban agotado, con una historia que espera ser tomada en serio, pero no tanto como para olvidarse de divertirse y reír, y eso me parece razón más que suficiente para que valga la pena verla. Totalmente recomendada.
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