El fin de semana pasado publiqué mis impresiones de Godzilla vs. Kong, la más reciente entrega del llamado Monsterverse de Legendary Pictures, y mencioné que sentía la inquietud de comentar las entregas anteriores. Más de una vez he mencionado que aunque Godzilla (2014), dirigida por Gareth Edwards, no me parece una mala película, encuentro que se hizo con el enfoque equivocado y el resultado fue una cinta bastante aburrida, así que decidí omitirla y me fui directo a comentar Kong: Skull Island (2017).
Ahora toca turno a Godzilla: King of the Monsters (2019), película coescrita y dirigida por Michael Dougherty que cuenta con las actuaciones de Kyle Chandler, Vera Farmiga, Millie Bobby Brown, Bradley Whitford, Sally Hawkins, David Strathairn, Ken Watanabe, Zhang Ziyi, Charles Dance, Thomas Middleditch, Aisha Hinds y O'Shea Jackson Jr., entre muchos otros, y con T.J. Storm retomando la labor de motion capture para dar vida a Godzilla. La película se estrenó el 31 de mayo de 2019 y recibió críticas en su mayoría encontradas, en tanto que en taquilla recaudó alrededor de 386 millones a nivel mundial, bastante por debajo de las expectativas del estudio.
Cinco años después de los sucesos en Godzilla (2014), cuando el mundo se enteró de la existencia de monstruos gigantes en nuestro planeta, Monarch, organización gubernamental que estudia y vigila a los llamados Titanes, enfrenta problemas pues existe la creciente impresión en el gobierno de que sus operaciones son un desperdicio de recursos si no proporciona al ejército información y materiales que permitan exterminar la amenaza que representan las criaturas. Reaparecen personajes de aquella película, como el Dr. Ishirō Serizawa (Watanabe) o la Dra. Vivienne Graham (Hawkins), de Monarch, y el Almirante William Stenz (Strathairn), comandante de la armada estadounidense.
La historia se centra en la familia de los doctores Mark y Emma Russell (Chandler y Farmiga), ambos parte de Monarch hasta la batalla entre Godzilla y los MUTOs en San Francisco, y su hija adolescente Madison (Brown). Tras la muerte de su hijo mayor en aquel incidente, el matrimonio se separó, no sólo por su incapacidad para procesar su pérdida, sino por las ideas opuestas que tienen sobre cómo creen que la humanidad debe lidiar con los titanes. Mark piensa que deben exterminarlos, pero Emma desea usar tecnología de sonar para manipularlos y convertirlos en parte de un complejo ecosistema que ayude a la Tierra a recuperar el balance ecológico antes de que sea demasiado tarde.
Mark deja la organización mientras Emma sigue adelante con su proyecto, pero su trabajo llama la atención de Alan Jonah (Dance), un veterano ex militar británico convertido en ecoterrorista, que ataca las instalaciones de Monarch para apoderarse de la invención de la doctora Russell, a quien se lleva junto con su hija antes de ordenar asesinar al resto del personal. Cuando Mark se entera, regresa a Monarch para participar en la búsqueda de su ex esposa e hija.
Mientras buscan pistas de su paradero descubren el plan del ecoterrorista: despertar a los titanes y soltarlos por el mundo, destruyendo parte de la civilización para que el planeta se cure a sí mismo y recupere el balance ecológico. Pero ni Jonah ni la doctora Russell entienden las fuerzas en juego, y el hallazgo de que no todos los titanes comparten origen como los soberanos originales de nuestro planeta puede cambiarlo todo. ¿Será posible convertir en aliados a algunos titanes a fin de evitar la extinción de la humanidad?
La película sufre de un problema común en las versiones occidentales de Godzilla: la aparente necesidad de dar mayor relevancia a los humanos en su historia. Siempre he sido de la idea de que la principal razón para incluir seres humanos en las películas de Godzilla es ofrecer un contexto para el tamaño y poderío del gigantesco reptil, dejando de manifiesto la vulnerabilidad del ser humano ante las fuerzas de la naturaleza. El tema ecológico y los monstruos como un elemento compensatorio a los errores de la humanidad persiste, pero explorarlo a fondo resultaría en una historia más contemplativa, que no es lo que uno espera al comprar un boleto para ver monstruos gigantes.
Guionistas y director reúnen a un grupo de personajes lo bastante inteligentes como para explicar al resto (y a la audiencia) lo que sucede y sus posibles causas. En ese aspecto, el asunto se maneja con menos torpeza que en las versiones de 1998 y 2014, y se convierte en una distracción menor. Dougherty usa a los monstruos como un reflejo de los problemas de algunos de sus personajes, una proyección del duelo y traumas que atraviesan, lo que da a sus humanos el peso emocional del que carecían en versiones anteriores, y todo envuelto en una historia de advertencia sobre el peligro de seguir con nuestra sistemática destrucción del medio ambiente y la realización de que el fin de la humanidad no significaría el fin del mundo.
La contra es que está tan preocupado porque el mensaje sea claro que parte de la película se vuelve expositiva, con largos monólogos en que algunos personajes exponen sus ideas. Esto crea un contraste con sus espectaculares escenas de acción, pero lejos de crear un bienvenido balance, queda la impresión de que hizo falta más trabajo en el cuarto de edición para eliminar unos veinte minutos de charlas redundantes, lo que habría ayudado mucho al ritmo narrativo de la cinta. Al final es una historia menos contemplativa que Godzilla y con acción no tan implacable como la de Kong: Skull Island, pero sin la suficiente la consistencia para funcionar del todo.
Los personajes interpretados por Chandler, Farmiga y Brown tienen la ventaja de un arco emocional que añade peso a sus escenas, pero el resto del talentoso elenco se ve mayormente desperdiciado, al grado de que la participación de Sally Hawkins o la de David Strathairn se sienten más como cameos. Mención aparte merece la participación de Bradley Whitford, que parece estar trabajando en otra película, con un tono por completo ajeno a las escenas en que participa o al de la historia principal.
En cuanto a los monstruos, la película hace un buen trabajo al darle personalidad propia a Godzilla, con todo y motivaciones, pero agrega tantos monstruos que la lucha por tiempo en pantalla es casi tan intensa como las peleas mismas, y no logra hacer lo mismo por ninguno de sus aliados o antagonistas, lo que me parece mina un poco el peso que Ghidorah debió tener en la historia como villano principal, además de que desaprovecha mucho de lo que el arco de Mothra pudo haber aportado a la profundidad de la trama.
Agradezco que la película se comprometa a ser algo más que un festival de efectos especiales y peleas espectculares (lo que no hubiera tenido nada de malo) y se tome el tiempo para construir un mundo con sustento argumental, con contenido lo suficientemente pensado como para poder asumirse como una historia de ciencia ficción que contempla las causas e implicaciones de su desarrollo argumental, y lo más curioso es que lo hace sin descartar elementos de corte espiritual o teológico que surgen como parte natural de explorar sus temas.
En resumen, Godzilla: King of the Monsters es una imperfecta pero entretenida cinta de acción que debe ser del agrado de cualquier aficionado a las clásicas películas de kaijus o de aquellos buscando un par de horas de entretenimiento mayormente escapista. Recomendada para la mayoría del público, aunque con algunas reservas menores.
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