La nuit a dévoré le monde (La noche devoró al mundo) es una película francesa de 2018 basada en la novela del mismo nombre de Pit Agarman, y se trata del debut como directora de Dominique Rocher. La cinta cuenta con las actuaciones de Anders Danielsen Lie, Golshifteh Farahani y Denis Lavant.
La historia sigue a Sam (Danielsen Lie), un músico que desea recuperar una caja de cintas que su ex se llevó por error al sacar sus cosas de su departamento. Al llegar a donde ella vive con su nueva pareja se encuentra con que tienen una fiesta, y tiene algunos roces con el nuevo novio. Ella le pide que espere en una habitación al fondo del departamento y promete alcanzarlo en unos minutos para charlar y entregarle sus cosas. Él se encierra para evitar que alguien más lo moleste, y se sienta a esperar, pero se queda dormido.
Cuando despierta es de día. Fuera de la habitación, el departamento está de cabeza, con muebles rotos o volteados y sangre en las paredes. Cauteloso empieza a recorrer el departamento sin saber con qué o con quién se pueda encontrar. Cuando por fin encuentra a su ex se lleva una sorpresa aún mayor, pues la mitad de su rostro está descarnada y parece ansiosa por atacarlo. Logra dejarla afuera y se asoma por una ventana. Todo indica que durante la noche París fue víctima de una plaga que convirtió a la mayoría de sus habitantes en zombis.
Después de asegurar el departamento, revisa lo que tiene de alimentos, ropa e insumos en general, y decide explorar el resto del edificio. En la conserjería se hace con un juego de llaves y explora los departamentos abandonados en busca de todo lo que pueda serle de utilidad. Encerrado en el edificio, está seguro y aislado de todo, sin forma de saber si alguien más en la ciudad logró sobrevivir, o cuál sea la situación más allá de París. Tiene todo lo necesario para sobrevivir por varios meses pero, ¿y después qué?
Y creo que en ese planteamiento queda manifiesta la principal diferencia entre esta película y las decenas de historias de zombis que hemos visto antes. Lo normal es seguir a uno o más sobrevivientes en busca de un lugar seguro donde sobrevivir al apocalipsis zombi, pero en este caso Daniel empieza en ese lugar, lo que permite explorar otros temas, partiendo por la idea de la soledad y aislamiento y los efectos que estos pueden tener en una persona luego de un periodo prolongado. En ese aspecto, el silencio a lo largo de la película tiene un rol fundamental.
No hay radio ni TV. Los zombis no gritan ni gruñen, así que casi cualquier sonido en pantalla es producido por Sam. Es evidente que la solitaria rutina empieza a afectarlo, pero encuentra refugio en la música. Con instrumentos improvisados a base de juguetes, copas y agua, además de sus viejas cintas, Sam produce música que le impide sentarse a pensar en su situación. Aun así, su tolerancia a la soledad tiene límites, y llega al extremo de hacer mucho ruido sólo para que los zombis se acerquen al edificio.
Su rutina se ve alterada con la aparición de Sarah (Farahani), otra sobreviviente que se abre paso hasta el refugio seguro de Sam. Le cuenta que sobrevivió gracias a que no se queda mucho tiempo en un solo lugar, y se mueve de azotea en azotea en busca de provisiones y refugios temporales. Intenta convencerlo de la necesidad de moverse, de correr algún riesgo en busca de mejorar su situación. Pero antes de que puedan hallar una solución a esa discusión, los zombis los obligarán a actuar.
Los zombis toman un rol secundario en la película. Luego de los primeros intensos minutos en que vemos la clase de violencia y gore que caracterizan al género, el foco de la historia se centra en Sam y los efectos de su aislamiento. La directora usa el silencio para enfatizar la soledad de su protagonista y crea una atmósfera de desolación muy efectiva que sumerge a la audiencia en su perturbadora experiencia y da más peso a las ocasionales irrupciones de los zombis y a la eventual aparición de Sarah.
La actuación de Danielsen Lie es extraordinaria, aunque sufre con los diálogos en inglés, que se sienten tiesos y un tanto forzados, lo que puede ser producto de la traducción realizada por los responsables de la película. Imagino que en francés fluye mejor y me hubiera gustado ver la película con ese audio, pero es un problema menor por los pocos diálogos de la película. Farahani tiene parlamentos más simples, además de que es notorio que su inglés es mejor, lo que no es extraño pues ha hecho varias películas en Hollywood.
La película plantea dudas existencialistas acerca de la vida y el conformismo, lo que es un interesante cambio de tono respecto al grueso de la mayoría de películas de zombis, pero después de un rato se vuelve un tanto reiterativa debido a la falta no sólo de acción, sino de trama, pues su naturaleza introspectiva no requiere que pase nada y la experiencia tiende a volverse monótona, al menos hasta el tercer acto. Por fortuna se trata de una película corta, pero aun así creo que a más de uno le parecerá demasiado larga.
The Night Eats the World es un caso curioso, pues se trata de una película de zombis que difícilmente será del interés de los más devotos aficionados al género, pero se trata de una bien realizada exploración de la naturaleza humana. Recomendada, pero con algunas reservas.
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