Hace un par de años, Cobra Kai, serie creada por Jon Hurwitz, Hayden Schlossberg y Josh Heald, la cual revivió a los personajes centrales de la cinta ochentera Karate Kid y retomó su historia tres décadas después de los sucesos de la trilogía de películas. La serie se estrenó en YouTube Red en 2018 y tuvo una segunda temporada al año siguiente, cada una de diez episodios de duración. Tras cierta incertidumbre, Netflix anunció que había adquirido los derechos de la serie y que estaba en marcha la producción de una tercera temporada.
Siempre evito los spoilers en mis reseñas, pero el presente texto puede revelan detalles de la segunda temporada, así que si no están al día, sugiero que no sigan leyendo si no quieren arruinarse alguna sorpresa.
Luego de la batalla campal entre los alumnos del Miyagi-Do y Cobra Kai en la preparatoria, todos los involucrados intentan lidiar con las consecuencias. Daniel (Macchio) decide cerrar su dojo, Johnny (Zabka) abandona el suyo y a sus alumnos en manos de Kreese (Kove), Miguel (Maridueña) está en coma en el hospital mientras Robby (Buchanan) está prófugo de la justicia y Samantha (Mouser) quedó traumatizada tras su enfrentamiento con Tory (Peyton List).
Los alumnos de Daniel son atormentados por los miembros de Cobra Kai, cada vez más violentos y radicalizados por las enseñanzas de Kreese. Samantha intenta organizarlos para seguir practicando por su cuenta y poder defenderse, pero volver a ver a Tory revela el enorme daño psicológico que sufrió en su último combate y un nuevo enfrentamiento entre las dos facciones termina con una seria fractura para otro miembro de Miyagi-Do.
Los LaRusso enfrentan otros problemas además de los surgidos de la riña, y la posibilidad de perder su negocio lleva a Daniel a hacer un viaje a Japón en busca de una solución, lo que se convierte en otro reencuentro con su pasado. Mientras tanto, Johnny se involucra de forma activa en la rehabilitación de Miguel mientras Robby cumple su sentencia en la correccional. Kreese hace labores de purga y reclutamiento en su dojo, y otra figura del pasado reaparece para volver a alterar las vidas de Daniel y Johnny.
Esta temporada tiene un ritmo más lento y pausado que las dos anteriores, pero puede que no sea para mal. Luego del exhilarante desenlace de la temporada anterior, era necesario recuperar el aliento. Aún así, a mitad de la temporada hay un par de episodios que no parecen hacer mucho por el desarrollo de la trama, pero no podemos considerarlos como un desperdicio porque incluso en esos momentos se sigue trabajando con los personajes, algo que ha sido clave para el éxito de la serie desde la primera temporada.
En ese aspecto, aplaudo el compromiso por hacer que el karate siga siendo una parte esencial de la historia, y a distintos niveles. Desde el punto de vista del desarrollo de los personajes es importante el análisis de las posturas filosóficas que cada uno de los tres sensei (Johnny, Daniel y Kreese) proyecta en su forma de enseñar la disciplina, pero los realizadores también cuidaron de mantener el aspecto de acción que suele asociarse con las artes marciales.
Esto último queda de manifiesto en el gran trabajo hecho con las coreografías de combate, con una clara evolución de una temporada a la otra. En la primera temporada había un enfoque muy básico, usando cortes y ángulos para realzar la acción. En la segunda temporada recurrieron a un estilo mucho más natural, haciendo uso de coreografías diseñadas para lucir en secuencias continuas y con la menor cantidad posible de cortes.
La batalla campal que cierra esta temporada va un paso más allá, con una coreografía aún más elaborada y un gran uso de cámaras, con tracking shots que siguen la acción de una forma orgánica en un espacio bastante más limitado y truculento que el que representaba el lobby de la escuela. Esa escena es la culminación de una excelente pieza dramática compuesta por los dos últimos episodios de la temporada, que por fin ofrecen algunas resoluciones importantes a la vez que plantean un nuevo conflicto para la ya anunciada cuarta temporada.
El improbable balance alcanzado entre los elementos de nostalgia (en muchos casos usada de una forma que parece burlarse de la estética y diálogos de las películas ochenteras en general, no sólo de la franquicia) con una fuerte dosis de drama interpersonal, apoyado en buena medida en la angustia adolescente de los hijos y alumnos de los protagonistas y e la incapacidad de estos para dar vuelta a la página y resolver sus diferencias pasadas, resulta en una fórmula exitosa que ofrece un poco de todo.
En resumen, la tercera temporada de Cobra Kai es un excelente ejemplo de que el fan service no tiene por qué ser algo negativo. Si se le usa con inteligencia, como pasa en esta serie, se convierte en un ingrediente más para absorber la atención del espectador. Sí, se trata de un ejercicio en nostalgia para atraer a un público específico, pero está apoyado en una sólida base dramática con tintes de acción y comedia que permite que la serie resulte igual de disfrutable para los fans de Karate Kid que para aquellos más jóvenes que jamás hayan visto las películas originales. Sin duda una serie absolutamente recomendada.
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