El cine mexicano no se caracteriza por incursionar a menudo en el terreno de los subgéneros fantásticos, y cuando lo llega a hacer suele darse en el campo del horror, por lo que no es sorpresa alguna que la primera película mexicana de género fantástico estrenada en este 2020 sea justamente de horror.
La cinta abre en una comunidad menonita de Durango, donde un sacerdote intenta realizar un exorcismo a un niño (Escalona) poseído por un ente demoníaco. La ceremonia no funciona y el niño muere, ante lo que la familia informa al sacerdote que no pueden enterrarlo ahí.
El cura se lleva el cadáver, pero se asusta a mitad de su trayecto y tira el cuerpo en un barranco al lado del camino. Mientras vemos que el cuerpo se mueve, se rebela también que bajo la cama del niño hay un libro de apariencia siniestra.
Treinta años después ese libro cae en manos de Cecilia de la Cueva (Lumi Cavazos), una profesora de antropología que se especializa en lenguas antiguas, quien se lleva el libro a casa para estudiarlo y presentar un reporte. Cecilia tiene dos hijas adolescentes, Fernanda (Nicolasa Ortíz Monasterio) y Camila (Arantza Ruiz), quienes sienten curiosidad y sacan el libro. Cuando una de ellas lee en voz alta un pasaje, abre las puertas a un demonio que poco a poco va tomando control de sus acciones.
Su hermana, asustada, busca opciones para resolver el problema, y en un acto de desesperación busca al padre Tomás (Eduardo Noriega), un sacerdote con una incierta reputación como exorcista. Tomás visita la casa y concluye que, en efecto, Camila está poseída, por lo que busca la ayuda de su amigo Karl (Eivaut Rischen), quien tiene experiencia en lidiar con demonios, y juntos intentan ayudar a las chicas, aunque parece que esta posesión es la más grave que cualquiera de ellos haya visto.
Cuando vi el tráiler de la película lo primero que pensé fue que parecía una mezcla de El Exorcista y El Devorador de Pecados, aunque en realidad es algo bastante diferente, lo que en este caso no resulta en algo bueno. El diseño de producción y la fotografía son buenos, al igual que la mayoría de los efectos visuales, y el trabajo de dirección es bastante competente, auxiliado por actuaciones bastante sólidas de casi todo el elenco. El problema es la historia misma.
En lugar de contar una simple historia sobre posesión y exorcismo, la trama añade elementos de la mitología lovecraftiana y parece mezclarla con el tema de los demonios, pero se siente como un esfuerzo a medias que en vez de enriquecer el trasfondo de la historia la simplifica sobremanera, quedando en algo meramente anecdótico y que quizás no dejará satisfechos ni a los fans del horror tradicional ni a los aficionados lovecraftianos.
El otro grave problema de la cinta es que no tiene una identidad definida, pues nunca abraza por completo los elementos de horror, coquetea en un par de ocasiones con el suspenso, pero de inmediato lo abandona, y hacia el final casi se convierte en una historia de superhéroes sobrenaturales, con entidades que parecen ocupar cuerpos humanos sólo para tener un pretexto para agarrarse a golpes.
En resumen, La marca del demonio es un fallido intento de crear una película de horror sobrenatural que comete el mayor pecado que cualquier historia, en el género que sea, puede cometer: es completamente inocua y olvidable.
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