Sigo con la idea de retomar los comentarios de libros, incluyendo los pendientes de los años en que casi abandoné este blog. Para quienes me conocen o tienen algún tiempo leyéndome, no es secreto que la ciencia ficción es uno de mis géneros narrativos favoritos, y una saga a la que le tengo particular afecto es la de La Cultura, obra del escritor escocés Iain M. Banks, y la que quiero comentar ahora es la primera de las nueve novelas que forman la serie.
Consider Phlebas (Pensad en Flebas) es una de las pocas novelas que he leído más de una vez. La primera fue luego de que en 1990 me hice con una copia de la edición en español de Martínez Roca, parte de la colección Gran Super Ficción, la cual adquirí junto con la segunda novela de la saga, The Player of Games (El Jugador). Desde entonces me gustó mucho, y cambió mi forma de entender algunas cosas, como el valor narrativo que puede tener la space opera, subgénero de aventuras espaciales que solía (todavía, pero en menor medida que antaño) ser menospreciado por muchos lectores, incluso entre los aficionados a la ciencia ficción, por tratarse de entretenimiento "infantil y poco serio".
La segunda vez que la leí fue poco más de veinte años después, cuando decidí echar un vistazo a la obra de Banks fuera del género, donde sus novelas aparecen firmadas como Iain Banks, sin la inicial intermedia. Imagino que sus editores le pidieron agregar la M para que sus lectores no se vieran sorprendidos al toparse con una novela de ciencia ficción, sobre todo una space opera. El caso es que leí y comenté The Wasp Factory y Walking on Glass, sus dos primeras novelas, y en el proceso de adquirirlas me encontré también con ediciones en inglés de varios tomos de La Cultura.
Para entonces ya había decidido leer todo lo que fuera posible en su idioma original, así que no lo pensé mucho y compré Consider Phlebas y los siguientes dos libros de la serie. Estuvieron mucho tiempo en mi pila de pendientes, y tuvo que darse una mala noticia para que por fin los leyera. En la primavera de 2013 Banks anunció que tenía cáncer terminal. La noticia me entristeció y decidí releer los libros con que había descubierto su obra, y recuerdo que estaba a la mitad de The Player of Games cuando el escritor falleció, en junio de ese mismo año.
La novela sucede durante la guerra entre la Cultura y el Imperio Idirano, dos civilizaciones de ideologías opuestas. La Cultura es una idílica sociedad esparcida por centenares de mundos sin necesidad de gobiernos o autoridades. Todas sus necesidades son atendidas por inteligencias artificiales, que de uno u otro modo son la causa del conflicto, pues los idiranos son una civilización profundamente religiosa que ve la dependencia de la Cultura hacia las máquinas como algo antinatural. Una Mente (una de las mencionadas IA) escapa luego de que su nave es destruida en una emboscada idirana y se refugia en un mundo al que tanto la Cultura como los idiranos tienen prohibido ir.
Los idiranos contratan a Bora Horza Gobuchul, un cambiaformas que odia a la cultura y sus máquinas. Él y otros de su casi extinta especie fueron guardianes para los seres que controlan el mundo prohibido y esperan que le permitan pasar. Tras algunas batallas y aventuras en una estación orbital, Horza asume la identidad del capitán de una nave pirata que planea usar para cumplir su misión, que se complica por la presencia en su tripulación de una agente de la Cultura y la aparición de una Unidad, una IA de menor tamaño y capacidad de procesamiento que una Mente.
La premisa base sigue un patrón muy común en la space opera: una peligrosa misión parte de un conflicto intergaláctico en que un individuo debe vencer toda clase de adversidades para lograr su objetivo, salvar al universo y, la mayoría de las veces, quedarse con chica. Pero Banks sacude y pone de cabeza esas ideas. Su "héroe" tiene una moralidad ambigua y nunca queda claro que en realidad sea uno de "los buenos", "la chica" es una espía que es además su antagonista, y el conflicto que presenta no es entre un aguerrido grupo de idealistas y un malvado imperio fascista ni enfrenta a dos fuerzas igualmente malvadas con inocentes atravados en medio.
Banks conserva la que me parece una de las cualidades más atractivas de la space opera: su capacidad de inspirar asombro y dejar volar la imaginación del lector al llevarlo a mundos lejanos muy distintos al nuestro, pero que reflejan algunos rasgos que inspiran cierta familiaridad. La política está presente en la obra, pero va más allá del simple "los nazis son malos" que caracterizaba a algunas viejas obras del género (idea que, en retrospectiva, parece no haber quedado tan clara para muchas gente alrededor del mundo), y tanto sus civilizaciones como individuos son complejos y llenos de matices.
La hedonista sociedad de la Cultura es vista con malos ojos desde el exterior debido a que otros desconfían de las máquinas y el grado de evolución e independencia que ahí han alcanzado. Que sus habitantes no tengan obligaciones y lleven una vida llena de lujos, sexo, drogas y actividades recreativas genera envidia y desconfianza, pero el fanatismo religioso de los idiranos y su poderoso imperio expansionista no ofrecen una mejor alternativa. Otro acierto es que la historia no se conforma con presentar a grandes rasgos el macrocosmos de su saga, sino que explora algunas las diferencias ideológicas en el conflicto personal entre Horza y Peroseck Balveda, la agente de la Cultura, y sus tratos con idiranos y terceros "ajenos" a la guerra.
La mayor parte de la novela transcurre a un paso rápido que va acelerando conforme se acerca su explosiva y devastadora conclusión. La prosa de Banks es elegante, pero no se excede en las florituras. Pese a las grandes ideas en su construcción de mundo, el resultado es más íntimo de lo que se pudiera esperar, en parte debido a que la historia gira alrededor de los personajes, y en parte debido a que las inquietudes sociales e ideas políticas, más allá de estar encapsuladas en los conflictos de la trama tanto global como específicos, se sienten como cuestiones personales que el autor contagia a su adiencia, invitando a hacer una reflexión acerca de ellos.
La novela apareció originalmente en 1987, cuando Banks ya tenía publicadas un puñado de novelas que le habían ganado el respeto de crítica y lectores, lo que facilitó que hubiera muchos ojos pendientes de su trabajo. El título mismo, tomado del famoso poema The Waste Land, de T.S. Eliot, parecía una advertencia de que no se trataba de una space opera pueril e inocua como las que caracterizaban al género décadas atrás.
Por mis comentarios debe quedar claro que una de mis partes favoritas en el trabajo de Banks son los personajes, pero vale la pena señalar que Mentes y Unidades, las inteligencias artificiales de la Cultura, tienen un desarrollo tan rico y complejo como los humanoides y alienígenas. Cada una de ellas tiene personalidad propia, y un detalle que me encanta es que, al adquirir conciencia, cada una elige su propio nombre, lo que a lo largo de la saga nos permite conocer a entidades como Limiting Factor, Just Read The Instructions, Experiencing A Significant Gravitas Shortfall, Of Course I Still Love You, o Pressure Drop, entre muchos otros.
Si les suena el nombre de Banks o de La Cultura, es probable que se deba a que hace un par de años circuló la noticia de que Amazon había adquirido los derechos para sumar al catálogo de Prime Video una adaptación a serie que Plan B Entertainment iba a producir, aunque hace unos meses se anunció que el proyecto se había cancelado. Es una lástima, pero supongo que es preferible que no haya adaptación a que, en aras de bajar los costos, se realice una producción que no haga justicia al material de origen.
En resumen, Consider Phlebas es una atrapante y entretenida lectura que abre las puertas a una de las mejores sagas de la ciencia ficción contemporánea, y además de ser una excelente recomendación para los amantes del género puede servir como punto de entrada para lectores poco familiarizados con el mismo. Una lectura bastante recomentdada.
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