Edward Norton hizo su debut como director en el 2000 con Keeping the Faith (Divinas Tentaciones), película en la que además actúa al lado de Jenna Elfman y Ben Stiller, y pasaron casi veinte años para que volviera a colocarse al otro lado de la cámara, ahora con Motherless Brooklyn (Huérfanos de Brooklyn), cinta basada en la novela de Jonathan Lethem del mismo título, publicada en 1999.
Norton compró los derechos para llevarla al cine desde aquel entonces, y aunque en principio no era su intención dirigir la película, sí empezó a trabajar en el guion desde esa época, aunque dudo que haya anticipado que tardaría tanto en concretar el proyecto. Una vez más es el protagonista de su película, y en pantalla lo acompañan Bruce Willis, Gugu Mbatha-Raw, Bobby Cannavale, Cherry Jones, Alec Baldwin y Willem Dafoe.
La novela transcurre a inicios de los 80, pero Norton decidió mover la acción a finales de los 50, lo que beneficia a su protagonista, que se sentía anacrónico en el entorno original, pero elimina una de las curiosidades más entrañables de la novela, que es el detective que parece fuera de lugar (o de tiempo). Además, integra a la historia elementos de The Power Broker, la biografía de Robert Moses escrita por Robert Caro.
La cinta sigue la historia de Lionel Essrog (Norton), un detective con Síndrome de Tourette que, a la muerte de su jefe y figura paterna, Frank Minna (Willis), se hace pasar por un reportero para tratar de averiguar qué estaba investigando Frank y por qué alguien decidió matarlo, lo que lo lleva a descubrir una conspiración para acabar con barrios populares, mayormente habitados por negros e hispanos, en favor de proyectos de urbanización más atractivos para gente blanca.
Su investigación lo lleva hasta Laurie Rose (Mbatha-Raw), una joven abogada y activista política que ayuda a la gente a resistirse a ser desplazados, y lo pone en la mira de quienes se benefician con las nuevas obras, encabezados por Moses Rudolph (Baldwin), el personaje basado en Robert Moses, quien parece tener también un interés personal en las actividades de Laurie y Gabbie Horowitz (Jones), su jefa.
A lo largo de la cinta queda claro que Norton deseaba rescatar la estética neo noir de forma similar a lo logrado por Seven, o con notoria influencia de Chinatown (Barrio Chino), y mayormente lo consigue. Sorprende un poco que decidiera contar una historia tan política y sin rehuir a temas delicados como el racismo institucional o la corrupción cívica, pero es evidente que se trata de un proyecto personal, y como tal se alimenta de su pasión por los elementos que presenta.
Lo que más me sorprendió fue el trabajo de Norton a ambos lados de la cámara, sobre todo por el control que muestra al evitar las salidas fáciles, como pudo ser, por ejemplo, convertir a Laurie en una damisela en apuros o un mero interés romántico o, en su propia interpretación, muestra la enfermedad de su personaje con tintes de humor, tristeza y humanidad que lo alejan de personajes que hace veinte años parecían hechos específicamente para buscar un Oscar.
Otra sorpresa es que el balance que logra entre la carga política de su historia, el peculiar estilo retro tanto visual como narrativo, y las mesuradas pero sólidas actuaciones de su elenco, lo que hace de la película algo mayormente disfrutable para la audiencia aún a pesar de que es demasiado larga. En lo personal me cuesta un poco pensar en la película como una cinta neo noir porque carece de ese aire de desesperanza y pesimismo que son parte inherente del género.
Mención especial merece la banda sonora, que integra elementos de jazz con melodías contemporáneas e involucra a músicos tan dispares como Thom Yorke y Wynton Marsalis. El resultado es similar a lo que ocurre con la película misma, que, aunque está lejos de ser perfecta, es inteligente y apasionada, pero de forma controlada, lo que la convierte en una grata aunque un tanto larga experiencia.
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