No es un secreto que soy una persona poco social, a grado tal que suelo utilizar el termino "asocial" como parte de mi descripción. No rehuyo del contacto con la gente, pero nunca lo busco de manera activa. Tal vez esa es la razón por la que no suelo hacer amigos con demasiada facilidad y también la causa de que sepa apreciar a los que tengo, aunque no se si sea muy bueno demostrándolo.
El caso es que el viernes fue el cumpleaños de mi mejor amiga y decidió celebrarlo con una reunión en un bar en el tradicional barrio de San Ángel, en la Ciudad de México.
Debo aclarar que no soy abstemio, pero nunca me he caracterizado por mi consumo de bebidas alcohólicas. Además, no me gusta la música para bailar en ninguna de sus formas, sea punchis punchis (electrónica bailable, por si no conocen el término), reggaeton, cumbias, salsas, norteña o cualquier variante o combinación de las anteriores.
Así que vale la pena preguntarse cómo diablos acabé en un lugar donde se venden (carísimas, por cierto) toda clase de bebidas embriagantes y la "música" no cesa de sonar a un volumen estridente durante toda la noche. Y la respuesta es bastante simple: me lo pidió mi amiga. Tal como se lo dije a ella esa misma noche, solo tres o cuatro personas podrían convencerme de ir a un bar, y una de ellas ya no radica en la ciudad de México. Además de que quería verla a ella, pues hacía bastante tiempo que no teníamos oportunidad de convivir, debo confesar que la curiosidad me gana.
Cuando me encuentro en una situación así, en un lugar al que no pertenezco y rodeado de gente mayormente interesada en beber y bailar, lo convierto en un ejercicio de observación. Desde la decoración y funcionalidad del lugar, hasta la actitud y comportamiento de los asistentes. Normalmente suelo estar en compañía de al menos otra persona que no esté interesada en bailar o beber, pero en esta ocasión no fue así. Tras haber sido presentado con dos chicas, amigas de mi amiga, podría decir que pude platicar un rato con ellas, o al menos intentarlo, pues el volumen de la música apenas permite escuchar los pensamientos propios.
Debo aclarar que no soy abstemio, pero nunca me he caracterizado por mi consumo de bebidas alcohólicas. Además, no me gusta la música para bailar en ninguna de sus formas, sea punchis punchis (electrónica bailable, por si no conocen el término), reggaeton, cumbias, salsas, norteña o cualquier variante o combinación de las anteriores.
Así que vale la pena preguntarse cómo diablos acabé en un lugar donde se venden (carísimas, por cierto) toda clase de bebidas embriagantes y la "música" no cesa de sonar a un volumen estridente durante toda la noche. Y la respuesta es bastante simple: me lo pidió mi amiga. Tal como se lo dije a ella esa misma noche, solo tres o cuatro personas podrían convencerme de ir a un bar, y una de ellas ya no radica en la ciudad de México. Además de que quería verla a ella, pues hacía bastante tiempo que no teníamos oportunidad de convivir, debo confesar que la curiosidad me gana.
Cuando me encuentro en una situación así, en un lugar al que no pertenezco y rodeado de gente mayormente interesada en beber y bailar, lo convierto en un ejercicio de observación. Desde la decoración y funcionalidad del lugar, hasta la actitud y comportamiento de los asistentes. Normalmente suelo estar en compañía de al menos otra persona que no esté interesada en bailar o beber, pero en esta ocasión no fue así. Tras haber sido presentado con dos chicas, amigas de mi amiga, podría decir que pude platicar un rato con ellas, o al menos intentarlo, pues el volumen de la música apenas permite escuchar los pensamientos propios.
Me parece que es seguro afirmar que, en términos generales, todos los bares son lo mismo. Puede cambiar la decoración del lugar, el nivel socioeconómico de sus asistentes o incluso la selección musical que le pone "ambiente" al lugar, pero en el fondo no existe diferencia alguna entre uno u otro.
Después de un par de horas se convierten en un lugar lleno de gente sin interés en conversar o convivir con quienes le rodean, más preocupados por beber para ahogar penas, frustraciones, decepciones o estrés, y bailar al ritmo de los temas de moda para gritarle al mundo que todo está bien y no tienen ningún problema. Claro que existen excepciones, pero son las menos.
Aparentemente el lugar en cuestión es favorecido por mucha gente para celebrar su cumpleaños, así que hay algunas zonas del local donde puede verse a gente sentada intentando llevar una conversación entre ellos. También se puede ver a algunas parejas o grupos de amigos bailando sin prestar demasiada atención a la bebida, pero se les puede contar con los dedos. La gran mayoría va a estos lugares con la firme intención de emborracharse. Y están en su derecho, claro, aunque es algo que simplemente no entiendo.
Después de un par de horas se convierten en un lugar lleno de gente sin interés en conversar o convivir con quienes le rodean, más preocupados por beber para ahogar penas, frustraciones, decepciones o estrés, y bailar al ritmo de los temas de moda para gritarle al mundo que todo está bien y no tienen ningún problema. Claro que existen excepciones, pero son las menos.
Aparentemente el lugar en cuestión es favorecido por mucha gente para celebrar su cumpleaños, así que hay algunas zonas del local donde puede verse a gente sentada intentando llevar una conversación entre ellos. También se puede ver a algunas parejas o grupos de amigos bailando sin prestar demasiada atención a la bebida, pero se les puede contar con los dedos. La gran mayoría va a estos lugares con la firme intención de emborracharse. Y están en su derecho, claro, aunque es algo que simplemente no entiendo.
A fin de cuentas yo asistí para estar con mi amiga, y si bien no pude platicar con ella todo lo que hubiese querido, fue agradable pasar un rato en su compañía. Después de comentarlo con ella entiendo sus razones para decidir convocar a la reunión en bar y no en su casa o la de algún amigo(a), pero sigue siendo algo que no me agrada.
Además fue una oportunidad para revisitar una parte de la ciudad que fue parte importante de mi infancia, pues crecí apenas a unas cuadras de la Plaza de San Jacinto y la iglesia que se ubica al otro lado del jardín frente al bar fue el lugar donde se casaron mis padres y donde fui bautizado, lo que supongo que le da un cierto significado independiente a la, para mí al menos, irrelevante cuestión religiosa.
Además fue una oportunidad para revisitar una parte de la ciudad que fue parte importante de mi infancia, pues crecí apenas a unas cuadras de la Plaza de San Jacinto y la iglesia que se ubica al otro lado del jardín frente al bar fue el lugar donde se casaron mis padres y donde fui bautizado, lo que supongo que le da un cierto significado independiente a la, para mí al menos, irrelevante cuestión religiosa.
En resumen, me la pasé bien, pero ¿trescientos pesos por dos "desarmadores" de a litro? La verdad no lo entiendo.
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