Hace unos años, un grupo de amigos decidimos que nuestra condición física dejaba mucho que desear. Como solución decidimos practicar un poco de deporte, así que cada domingo desde entonces acostumbramos ir a jugar a un parque un poco de basketball. Hace poco más de tres años que adoptamos el parque Tlacoquemécatl como nuestro lugar de juego. Esto es en la Colonia Del Valle, aquí en la Ciudad de México.
Con los años se integraron más amigos y algunos de los que asistían originalmente dejaron de hacerlo, pero el grupo se ha mantenido estable. Hará cosa de dos años que decidimos que nuestra condición había mejorado lo suficiente como para jugar “tocho”, así que empezamos a alternarlo con el basket. Con el tiempo, la gente que acude al parque ha aprendido a lidiar con nuestras loqueras y la interacción entre los diferentes grupos que se reúnen ha resultado en un agradable ambiente de convivencia. Nadie se mete con nadie e incluso se bromea entre quienes juegan basket y quienes juegan tocho sin que existan altercados de ninguna clase.
Hasta el domingo pasado.
El grupo actual, que incluye a los tres autores de este blog, se ha visto reducido con el paso del tiempo, con lo que la asistencia varía de cuatro a ocho personas. El domingo nos encontrábamos presentes sólo cuatro. Después de calentar un poco decidimos que podíamos jugar dos contra dos. No es lo idóneo, no se puede hacer mucho, pero corremos y nos divertimos bastante. Teníamos un rato jugando cuando llegó un grupo de niños, calculo que de entre 9 y 14 años, a jugar futbol.
Aquí es pertinente explicar el espacio disponible en el parque en cuestión. No es un lugar muy grande y el espacio se ve más reducido si tomamos en cuenta que hay una iglesia dentro del parque (¿Cómo? ¿Una iglesia dentro de un parque? Hey, es la Del Valle, saben). Tiene un área de juegos infantiles de un tamaño bastante aceptable y cuenta con dos canchas de basketball. Nosotros acostumbramos utilizar dos mitades de estas canchas para jugar transversalmente. La afluencia de gente que juegue basket es lo bastante baja como para evitar aglomeraciones que pudiesen derivar en incidentes. Aún así, si hay mucha gente, acostumbramos esperar a que se despeje un poco o bien optamos por jugar basket.
Ahora volviendo a los niños panboleros. Acostumbran jugar utilizando el área de las dos canchas en su totalidad sin importar cuantos sean ellos o cuanta gente esté jugando basketball. Normalmente nadie les dice nada, pero algunas veces pueden llegar a ser realmente molestos. Pues bien, los niños en cuestión llegaron y empezaron a chutar su pelota sin muchas ganas. Al ver que eran pocos les pedimos que se hicieran un poco hacia el lado opuesto a donde nosotros estábamos jugando.
Parecía que así lo harían pero en realidad no se les veían muchas ganas de jugar. Incluso uno de ellos se acercó a preguntar si podían jugar con nosotros. Le dijimos que si, así que fue a avisar a sus amigos pero aparentemente se arrepintieron pues no volvieron a mencionarlo ni intentaron acercarse de nuevo. Seguimos jugando.
Más tarde se reunieron más de ellos y empezaron a jugar en su acostumbrado estilo caótico. Nosotros hacíamos lo posible por esquivarlos o evadirlos, igual que siempre. Y tal vez, igual que siempre, nada hubiese pasado de no ser por las mamás. Mamás. Seres hermosos y terribles. Seguramente no estaríamos aquí de no ser por ellas, pero es probable que muchos de nuestros problemas tampoco existirían sin ellas.
El caso es que hubo un par de Encuentros Cercanos cuando más de un niño estuvo a punto de ser derribado o golpeado con el balón. Particularmente cercano fue cuando Santiago hizo un par de maniobras bizarras en el aire para evitar caer sobre un niño. Y ese fue el principio. Las mamás de los niños se levantaron para dirigirse de manera poco propia hacia nosotros. Y luego uno se pregunta porque los niños son tan malhablados en la actualidad. Decidimos no confrontarlas y seguir jugando.
Sin embargo, el daño estaba hecho. Mal que bien la preocupación por tratar de evitar cualquier incidente con las señoras nos estaba haciendo jugar de forma aún más errática de la que lo habíamos hecho hasta ese momento. Particularmente yo no estaba jugando nada bien y después de ese primer altercado empecé a lanzar aún más descontroladamente. Hasta que ocurrió lo que tenía que suceder. Un pase lanzado de manera atrasada no pudo ser atrapado por Fate y el balón rozó la cabeza de uno de los niños. Lo rozó, jamás lo golpeo, pero para nuestra mala fortuna resultó ser precisamente el hijo de la más escandalosa de las señoras.
Alguno de los otros niños gritó “¡le pegaron a Rafa!”. El niño se espantó. Las señoras gritaron. El niño se espantó más. Y lloró. Y las señoras gritaron aún más. Fate fue a recoger el balón y la señora se acercó a él gritando majaderías y lanzando a su perro por delante. Fate parecía estar serenamente ignorando a la señora pero ésta no dejaba de seguirlo gritándole y exigiendo una explicación. Finalmente Fate no aguantó más y le gritó de vuelta, tratando de hacerla entender que había sido un accidente y que nadie había golpeado al niño. La señora no entendía de razones y siguió alegando que iba a llamar a una patrulla.
Decidimos detener el juego y esperar a ver en que acababa aquello. Y pasaban los minutos y de la patrulla, ni sus luces. Uno de los niños, Arturo, quien ha llegado a jugar con nosotros, se acercó a platicar con nosotros. Nos comentó que la señora en cuestión era amiga de su mamá y que nunca la había visto así. De hecho, afirmó que era una señora bien buena onda. Pero también nos dijo que el niño estaba demasiado consentido y que era un chillón. Que nos había amargado el domingo a todos y que no pensaba volver a jugar con él.
Finalmente, tras media hora de espera, la patrulla arribó. Los policías se acercaron a nosotros y amablemente nos pidieron diéramos nuestra versión de los hechos. Así lo hicimos, de manera entrecortada a causa de las constantes interrupciones de la señora. Los dos oficiales nos sugirieron buscar una solución a través de dialogar con la señora, pero ésta no estaba para escuchar razones. Así que tendríamos que ir a la delegación, ella como la parte acusadora y nosotros como la parte acusada.
Ese hecho produjo quizás la experiencia más satisfactoria de ese día, ya que la gente presente en el parque, incluidos padres de familia, se solidarizó con nosotros, acusando a la señora de no ser mas que una vieja buscapleitos y pidiendo a los oficiales que no nos llevaran, que seguro tenían cosas más provechosas que hacer. Pero como la señora lo exigía ellos estaban forzados a llevarnos a comparecer ante un juez. Y así lo hicieron.
De camino a la delegación los policías comenzaron a quejarse de la señora y nos hicieron algunas recomendaciones para presentar nuestra declaración. Incluso hicieron un alto en el camino para intentar convencer a la señora de no llevar el asunto hasta un juez. Fútil, por cierto.
Ya en la delegación el juez y algún otro funcionario presente hicieron lo posible por aguantar la risa ante la ridícula acusación de la señora. Uno de ellos incluso preguntó, tan serio como pudo, “Entonces, ¿su hijo estaba en el parque y recibió un balonazo?” La señora no pareció darse cuenta de lo ridículo de su argumento, pero como al parecer ya se le había pasado el coraje dijo que no tenía intención de perjudicarnos ni de tomar acciones legales en nuestra contra, pero que le gustaría hacer algo para prohibir la práctica de deportes peligrosos en parques públicos.
Le respondieron que si lo que deseaba era verificar los reglamentos de parques o una solución administrativa al problema tenía que dirigirse a la delegación política y no a la jurídica. Ella dijo que entonces nos retirábamos, a lo que el juez respondió informándole que se iba a hacer acreedora a una multa y una amonestación por llevarnos hasta la delegación y no presentar cargos.
Su sorpresa fue pronto reemplazada por una sarcástica sonrisa mientras volteaba a vernos y nos decía “Ni modo, muchachos. Lo siento” y procedió a levantar cargos contra Fate, quien atónito preguntó al juez. “¿Me está usted diciendo que fui detenido por no atrapar un pase?” El juez se encogió de hombros mientras señalaba con los ojos a la señora.
Una vez la señora hubo firmado su declaración, tuvo el cinismo de pedirle al oficial que nos había llevado si podía darle un “aventón de vuelta a su casa, o por lo menos al parque. El oficial, que para esos momentos ya alucinaba a la señora, se disculpó alegando que su turno había concluido y tenía que entregar la patrulla, pero que ahí a dos cuadras estaba Cuauhtémoc y ahí seguro agarraba un taxi. La señora le dio las gracias y se encaminó a la calle que le indicaban, no sin antes regresarse e hipócritamente desearnos “suerte”.
Después de que se fue la señora los funcionarios del juzgado comenzaron a reírse y hacer comentarios sobre la estupidez de todo aquello. Nos invitaron a evitar jugar tocho cuando hubiese niños en el parque y buscaron la forma de evitar que la sanción fuese excesiva, por lo que terminamos pagando una multa de un día de salario mínimo. Y perdimos toda la tarde.
Ahora nos veremos en la necesidad de jugar basket algunas semanas, ya que la principal línea de argumentación de la señora era que las canchas no estaban hechas para jugar fútbol americano. Un par de consultas legales confirman que, mientras no haya un golpe intencional y estemos jugando basketball, la señora no puede prohibirnos jugar ahí y de hecho no debería permitir a su hijo jugar fútbol en esas canchas, así que habrá que ver que resulta de todo esto. Por lo pronto, pues me dispongo a preparar mi balón de basket y pensar en formas de hacer mis lanzamientos de americano menos peligrosos.
Y por si la conocen o quieren evitar conocerla, la señora se llama Alicia Campos y afirma trabajar en la industria del doblaje. Que conste que les advertí.