Con la celebración del cuarenta aniversario del alunizaje del Apollo 11, muchos sitios web y otros medios presentaron toda clase de homenajes y especiales temáticos. Al hablar de antecedentes para la exploración de nuestro satélite natural, los ejemplos más tempranos son las novelas De la Terre á le Lune (De la Tierra a la Luna), de Jules Verne; y The First Men on the Moon (Los Primeros Hombres en la Luna), de H.G. Wells. También la vaga adaptación de ambas dirigida por George Méliés bajo el título de Le Voyage dans le Lune (Viaje a la Luna).
The Discovery of a World in the Moone (El Descubrimiento de un Mundo en la Luna), publicado en 1638, y A Discourse Concerning a New Planet (Un Discurso concerniente a un Nuevo Planeta), aparecido en 1640, son los textos en que Wilkins argumenta sobre las probabilidades de realizar un viaje de exploración a la Luna, a fin de establecer contacto con los selenitas e iniciar relaciones comerciales con ellos, tal y como ocurría con los habitantes de otros continentes.
Es importante señalar que cuando Wilkins escribió sus libros no se sabía nada del vacío espacial o la fuerza de gravedad, así que es comprensible la inocencia y candidez de algunos de los argumentos que postula, y que tenía 24 años cuando escribió el primero. Wilkins creía que lo que nos mantenía unidos a la superficie de la Tierra era alguna forma de magnetismo, y por su observación de las nubes y su comportamiento, consideraba que al alcanzar una altitud de unos treinta km. uno quedaría libre para volar a través del espacio.
Como a muchos de sus contemporáneos, a Wilkins le fascinaba la creciente cantidad de artefactos mecánicos creados en su época, y la idea de construir una máquina voladora que pudiese viajar a la Luna es parte importante de su disertación. Su idea era construir un vehículo similar a un barco pero equipado por un gran resorte, engranajes similares a los de un reloj, y un par de alas recubiertas con plumas de grandes aves. Además, la pólvora podía usarse como un primitivo motor de explosión.
Proponía que diez o veinte hombres se asociaran para aportar el dinero necesario para contratar a un competente herrero para la construcción de su buque volador, diseñado por académicos y científicos de la época. La falta de aire no sería problema, pues aunque se sabía que los alpinistas experimentaban dificultades para respirar a grandes alturas, Wilkins creía que esto se debía a que el hombre no estaba acostumbrado a la pureza del aire respirado sólo por los ángeles.
En cuanto a la comida, tampoco haría falta, pues estaba bien documentado el hecho de que el hombre podía pasar varios días sin necesidad de comer, además de que al librarse del magnetismo terrestre no habría ninguna fuerza presionando los órganos digestivos y provocando la sensación de hambre.
A pesar de que sus ideas parecen excesivamente tontas a la luz de la ciencia y tecnología actuales, hay que recordar que Wilkins vivió en una época en que las ciencias apenas empezaban a desarrollarse y ocupar un lugar en la vida académica de las grandes ciudades. Su ingenuidad era tan poderosa como su imaginación, y sus escritos lo confirman, pero sin duda era un soñador y visionario, y esas son la clase de personas que a lo largo de la historia han contribuido al avance de la civilización.
Sin duda el Dr. Wilkins se sentiría enormemente complacido y satisfecho de saber que con el tiempo el hombre adquirió los conocimientos y habilidades técnicas para enfrentar la tarea de volar a través del espacio y visitar la Luna, aun si ésta no es como él imaginaba y a la ausencia de selenitas con quienes establecer relaciones comerciales.
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