Sean es un marino británico que espera en un hotel de mala muerte a Don Pepe, un mafioso local, para pagar el "derecho de paso" de su barco. Rosa es una joven doctora felizmente casada que vive en los suburbios con su marido, sus dos hijos y su madre. Cente y Totoy son dos niños de los barrios bajos que viven de limosnas y de lo que puedan obtener de cualquier modo posible. ¿Qué tienen que ver estos personajes entre si? ¿Cómo pueden sus vidas cruzarse y ser parte de algo más grande e incomprensible para ellos? Eso lo pueden descubrir al leer The Tesseract, segunda novela de Alex Garland, publicada un par de años después de su exitoso debut, The Beach, que ya comenté aquí.
En aquella ocasión comenté lo mucho que me había sorprendido que la novela fuese tan buena, sobre todo por las malas críticas hacia la adaptación cinematográfica de la misma. El libro recibió toda clase de elogios, incluso de autores tan respetados como J.G. Ballard, y The Tesseract parece haber tenido una recepción aún mejor.
El libro tiene una estructura bastante inusual, pues en lugar de ir entrelazando las tres historias que lo integran, Garland prefiere hacer un seguimiento lineal de cada una de ellas hasta un punto determinado, donde interrumpe y empieza la siguiente. Tras hacer lo mismo con su tercera historia, se revela en que punto cruzan dos de las historias y empieza a vislumbrarse el nexo con la tercera, además de utilizar a un personaje secundario de una de ellas para explicar la racionalización del título y sentar la condición de los personajes y su visión del mundo.
Mientras Sean espera la visita de Don Pepe, su imaginación, agobiada por el cansancio, el calor, y el deprimente estado de abandono del hotel en que se encuentra, alimentan su paranoia. Un agujero de bala en el techo, una mancha de sangre en el piso, y sus recuerdos acerca de la muerte de su antecesor lo llevan a temer encontrarse en una trampa, sentado a la espera de que el verdugo haga acto de presencia para acabar con su vida. Su impulsiva respuesta ante una amenaza que sólo existe en su cabeza lo pondrá en la difícil posición de tener que correr por su vida.
Rosa es una mujer nacida en un pequeño pueblo costero, quien gracias a favores de un tío pudo tener una educación universitaria y dejar atrás la vida del pueblo, pero no su pasado. Felizmente casada con otro profesionista, Rosa vive en un cómodo departamento en los suburbios de Manila. La presencia de su madre es un constante recordatorio de sus orígenes y del pasado del que alguna vez pretendió huir, presente también en sus dos hijos.
Cente es un niño abandonado por sus padres que se ha convertido en su sobreviviente a pesar de lo duro de los barrios bajos de Manila. En compañía de su amigo Totoy suele rondar los alrededores de un McDonald's en busca de algunas monedas antes del anochecer. Una vez a la semana pasa un rato con Alfredo, un psicólogo que prepara un trabajo sobre niños de la calle y quien paga algunas monedas a los niños a cambio de que estos le cuenten sus sueños. Los sonidos de disparos y la visión de un occidental huyendo en una desesperada carrera en la que evidentemente se juega la vida son demasiado para la curiosidad de Cente, quien se lanza a su vez detrás de los perseguidores.
El desenlace es un misterio para los protagonistas, que no ven la imagen conjunta y contemplan sólo la superficie sin entender la forma completa, como si fuera el desarrollo en dos dimensiones de las caras que conforman un hipercubo, teórica pieza geométrica que no existe en tres, sino en cuatro dimensiones, el teseracto del título de la novela.
El resultado es una extraordinaria novela difícil de catalogar, pues contiene vívidas y claras descripciones de distintas partes de Manila, descritas desde el punto de vista de visitantes y residentes por igual, así que la novela podría considerarse como un traveller's thriller similar a The Beach.
Sin embargo, la primera parte tiene el tono de una novela negra con cierta dosis de suspenso, en tanto que la sección intermedia puede pasar por una novela costumbrista con un toque humano que debiera avergonzar a cualquier escritor de "realismo mágico"; y el tercer arco es una novela urbana. La habilidad de Alex Garland para moverse entre tantos tonos narrativos sin que la historia se sienta cortada o como un pastiche de piezas inconexas es lo que representa su mayor fortaleza como escritor y la razón principal de tantas críticas positivas hacia su trabajo.
Por lo pronto no me queda más que buscar su tercera novela, Coma, sin preocuparme sobre si Garland puede convertirse en el próximo Graham Greene o incluso un futuro J.G. Ballard, como hacen muchos críticos. En lo que a mí concierne, es el actual Alex Garland y eso es suficientemente bueno. Lectura muy recomendada.
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