Hace un par de meses Juan Carlos, un amigo de muchos años y quien se supone también le hacía a la blogueada, me prestó un libro que me causó extrañeza y curiosidad: Me Llamo Rojo. Extrañeza por tratarse de un libro de un autor ganador del Nobel de Literatura, premio que para mi hace muchos años que perdió credibilidad pues suele entregarse más por motivos políticos y o sociales que por la calidad o impacto de la obra de cada escritor. Curiosidad por tratarse de una obra de un autor turco y aparentemente una novela de época o con tintes históricos, lo que resulta un atractivo adicional dada mi afición por la historia de culturas de diferentes partes del mundo.
El libro me atrapó desde antes de empezar propiamente su lectura, pues con solo darle un vistazo al índice me di cuenta de que la estructura del libro era diferente a cualquiera que hubiese visto antes, pues cada capítulo tiene títulos como Estoy Muerto, Me llaman Negro, Yo Mariposa, Yo el Árbol, etc. Al empezar la lectura entendí el porque de tan singulares títulos, pues cada capítulo está narrado desde un diferente punto de vista, el cual es indicado por cada título.
La historia está situada en Estambul en el siglo XVI, al principio de la decadencia del Imperio Turco. El Sultán ha encargado un libro que debe ser preparado en secreto pues la forma en que será ilustrado va contra algunos de los preceptos religiosos que el profeta Mahoma dejó como enseñanzas, pues las ilustraciones serán realizadas a la usanza de los infieles cristianos, usando perspectiva y detalles realistas en lugar de la imaginería simbólica y abstracta usada por los antiguos maestros orientales. Los rumores de la realización de tan blasfemo ejemplar provocan toda clase de intrigas entre los ilustradores de la ciudad, culminando con el asesinato de un iluminador que colaboraba con el libro.
Negro, un joven secretario recién de regreso en Estambul luego de una ausencia de 12 años, ayuda a su Tío en la preparación del libro del Sultán al tiempo que carga con la responsabilidad de tratar de hallar al asesino del maestro iluminador.
Negro está además enamorado de la hija de su Tío, a quien pretende cortejar en cuanto el momento sea propicio, pero todo se complica cuando el Tío también muere a manos del asesino. Sekure, la hija de quien está enamorado Negro, le exige como condición para casarse con él que encuentre al asesino y vengue a su padre.
A partir de ahí la novela es una mezcla de romance, intriga, suspenso y novela histórica, y aún así nunca llega a ser pesada ni a convertirse en una sobrecarga de información. La prosa de Pamuk es limpia y clara, además de que el constante cambio en la voz que lleva la narración le proporciona a la lectura un adicional aire de frescura. De un capítulo a otro el lector puede recibir información complementaria, otro punto de vista del mismo suceso, o incluso una que otra contradicción que permita mantener el suspenso.
Es evidente que la principal intención de Pamuk no era insistir en el tono de novela negra o policiaca, pues aún cuando va soltando algunas pistas sobre la identidad del asesino nunca ofrece la suficiente información como para que el lector pueda intentar resolver el misterio.
Por otro lado, la experiencia de lectura se enriquece gracias a la gran cantidad de detalles que Pamuk va insertando a lo largo de la novela, ofreciendo un amplio panorama de las costumbres y creencias de su pueblo, así como de la ciudad donde se desarrolla la historia, pero sin que eso entorpezca la forma de contar la historia.
Por momentos me recordó a El Nombre de la Rosa, donde Umberto Eco reconstruyó de manera similar la vida en la Europa medieval durante un periodo de división y disidencia en la Iglesia Católica.
En resumen, Me Llamo Rojo es una gran novela, lo suficiente como para confirmarme que aún hay autores apasionados por el oficio de escribir y con el talento suficiente para hacerlo de gran manera. Claro está que un acierto no basta para restaurar mi confianza en la Academia Sueca o los Premios Nobel, pero hay que reconocer que en esta ocasión si se trataba de algo merecido.
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