Antes que otra cosa, hay algo que debo aclarar: no me gustan los musicales. Nunca me han gustado. Es decir, no me resultan abominables ni los encuentro desagradables. Puedo apreciar cuando un musical es bueno o cuando alguno me agrada, pero no es una clase de diversión que busque de forma consciente.
Tim Burton no es un director al que uno asocie con musicales más allá de un par de secuencias en Beetlejuice o su extraña declaración de hace años, cuando afirmó que trabajaba con Jim Steinman en un musical de Batman porque era la única forma de recuperar la oscuridad que la franquicia perdió en manos de Joel Schumacher.
Pero, más allá de lo que uno pueda pensar, tras ver el resultado en pantalla de esta versión de Sweeney Todd, es imposible negar que se trata de uno de esos casos donde material y director parecen hechos uno para el otro.
Visualmente la película no tiene pero alguno. El Londres victoriano, sucio y oscuro, se convierte en la escenografía ideal para presentar la visión de Burton de esta interesante historia sobre un barbero convertido en asesino serial por su sed de venganza. El elenco también tiene mucho que ver con el resultado, pues ¿quienes pudieran haber comprendido mejor su intención o visión que su esposa y su protagónico más recurrente?
Johnny Depp demuestra una vez más que no existe papel demasiado inusual o difícil de interpretar, convirtiéndose en la encarnación ideal de Benjamin Barker/Sweeney Todd, el atormentado barbero en busca de venganza por la felicidad perdida. En contraposición, Helena Bonham Carter sorprende por la facilidad con que hace suyo el papel de la Sra. Lovett, casera y cómplice de Barker, y escucharla cantar es toda una revelación.
Alan Rickman es uno de los mejores actores en la actualidad, y aquí da otra muestra de su talento. Completan el elenco, con apariciones breves pero efectivas, Timothy Spall, Sacha Baron Cohen y un grupo de jóvenes semi-debutantes. La música es la misma que en la versión de Broadway, pero los oscuros visuales de Burton dan un toque más siniestro a la historia, y el humor negro de la puesta original se mezcla a la perfección con el de Burton, amenazando con convertirse en farsa pero sin llegar a caer en ella.
La única advertencia que haría es por el excesivo uso de sangre a cuadro, que puede molestar a aquellos con cierta sensibilidad a los visuales explícitos, o afectar a quienes no estén acostumbrados a que se le use de forma tan abundante y gráfica.
A pesar de eso, asumo que una generación que ha aceptado a Quentin Tarantino y Robert Rodríguez como parte de la cultura popular contemporánea, o incluso permitido que gente con poco talento para ello como Eli Roth goce de éxito y reconocimiento no debiera impresionarse con tanta facilidad. Altamente recomendada.
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