Hace cinco años ya que se estrenó Ghost Rider, y recuerdo que mi reseña me ganó algunos reclamos por atreverme a decir que me había parecido bastante entretenida, aun a pesar que desde el principio aclaré que no me parecía una buena película.
Al sumar eso a la satisfacción obtenida de las expectativas previas, es muy difícil encontrar objetividad al juzgar un producto de entretenimiento.
Y eso fue lo que pasó con Ghost Rider. Yo esperaba ver una película entretenida y visualmente atractiva, y no tenía esperanza alguna de que fuese a tener una historia compleja o trascendente, o al menos mostrarme personajes bien desarrollados.
Me encontré con lo primero y me sorprendió ver los esfuerzos de Nicolas Cage por lograr lo segundo, así que si le sumamos el hecho de que vi la película rodeado de amigos y en un ambiente grato y relajado, el resultado fue satisfactorio.
En parte creo que eso llevó a que mis expectativas para esta nueva versión, que cabe aclarar no es una secuela, se viesen elevadas. Ahora sabía que Nicolas Cage podía sacarle jugo al limitado personaje de Johnny Blaze, y además tendría como responsables del proyecto a Mark Neveldine y Brian Taylor, quienes pueden tener muchos defectos como directores, pero han demostrado que saben construir una historia visual y saben evitar aburrir a su audiencia.
Moreau (Idris Elba) es un monje perteneciente a una secretiva orden que busca proteger a un niño que, por razones misteriosas, es buscado por mercenarios al servicio de un mal mayor. Cuando el niño, Danny (Fergus Riordan) y su madre Nadya (Violante Placido) se ven obligados a abandonar la protección de la orden y huir por su cuenta, Moreau decide reclutar al único ser capaz de protegerlos de aquel que desea hacerles daño: el Ghost Rider.
Blaze vive encerrado en un garage en medio de un pueblo abandonado con la esperanza de mantener embotellado al demonio, y no entiende como pudo haberlo localizado Moreau, pero no le interesa nada de lo que tenga que ofrecerle, aún si involucra afectar los planes de Roarke (Ciarán Hinds), el demonio encarnado que lo engañó y le dejó la maldición de llevar siempre consigo al espíritu de la venganza.
Sin embargo, cuando Moreau le promete que su orden conoce la manera de acabar con la maldición de manera definitiva, Blaze reconsidera y decide poner a trabajar a su demonio interior en lo que, para variar un poco, parece ser una buena causa que además le permitiría librarse de su maldición.
Por desgracia la débil premisa no soporta la historia, y a pesar de algunas ideas interesantes, sobre todo visuales y en el uso de un par de herramientas narrativas, la película no vas a ninguna parte. Hay intentos de usar humor negro e ironía, pero se pierden por la falta de contexto. El resultado final parece una serie de recortes de un proyecto más ambicioso pero sin terminar, y supongo que en ello hay tanta o más culpa en David S. Goyer, el guionista, que en los directores.
Es una lástima que no se haya cuidado el aspecto más importante, que es la historia, pues es evidente que Neveldine y Taylor tenían ideas interesantes para trabajar con el personaje, y tanto Nicolas Cage como Idris Elba hacen lo posible por sacarle algo a los limitados personajes que les escribieron, dejando la sensación de que un mejor guion pudo haber hecho de la película un producto mucho mejor.
Honestamente no se la puedo recomendar con la conciencia tranquila a nadie, pero si les agrada visualmente el personaje y la ven sin expectativas de ninguna clase, puede ser que encuentren algunos momentos disfrutables.
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