Esta semana me ocurrió algo que ya había pasado hace tres meses. Falleció el autor del último libro que terminé. En aquella ocasión fue uno de mis escritores favoritos, Michael Crichton, y ahora uno que hasta hace unas semanas sólo conocía por nombre y reputación: John Updike. Por fortuna no soy supersticioso, o guardaría sin completar los dos libros que leo ahora: American Gods de Neil Gaiman y Small Gods de Terry Pratchett, pues son dos de mis autores favoritos, y quizá buscaría conseguir el libro de Andrés Manuel López Obrador o en vería si mi hermana aún tiene su copia de Juventud en Éxtasis.
Updike era un reconocido autor y crítico, dos veces ganador del Pulitzer y una de las figuras más respetadas de la literatura norteamericana. Updike apareció en un episodio de Los Simpson interpretándose a sí mismo, y participó en la trama como el escritor fantasma detrás del best-seller de Krusty el Payaso. El episodio se titula Insane Clown Poppy y es el tercero de la décimo segunda temporada. Debo reconocer que nunca he sentido interés por el trabajo de Updike, y que sólo compré una copia de The Witches of Eastwick (Las Brujas de Eastwick) porque la encontré muy barata en una librería de viejo hace unos meses y me tardé bastante en decidirme a leerla. Y lo que es más, estuve a punto de dejarla al poco tiempo de haberla empezado.
La razón es que el ritmo narrativo empleado por Updike es muy lento y puede resultar tedioso y aburrido para el lector promedio. Por fortuna soy una persona bastante necia y aguanté lo suficiente como para acostumbrarme al estilo de Updike y leer toda la novela, que pese a no ser muy larga me tomó al menos el doble lo que hubiese esperado.
La historia se desarrolla en el pueblo de Eastwick, Rhode Island, parte de la región de la costa este de Estados Unidos conocida como Nueva Inglaterra, y sigue la historia de tres mujeres viudas o divorciadas, Alexandra Spofford, Jane Smart y Suki Rougemont, escultora, música y periodista, respectivamente. Las tres comparten además un secreto: son brujas. A diferencia de la adaptación cinematográfica, donde esta condición es parte fundamental de la historia, en la novela es un hecho que se menciona de pasada y sin darle la mayor importancia.
Los habitantes más conservadores del pueblo las ven con malos ojos pero no por el hecho de ser brujas, si no por la cuestionable moral con que llevan sus vidas, pues cambian de amantes de forma constante y ni siquiera se limitan a los solteros del pueblo.
Todas tienen hijos, pero los ignoran todo el tiempo y las pocas veces que aparecen deben competir con muebles y clima por un poco de atención. Su reputación empeora con la llegada al pueblo de un adinerado neoyorquino, Darryl Van Horne, de quien más de una vez se da a entender que pudiese ser el mismísimo Diablo, aunque cualquier posible aspecto sobrenatural de su persona es tratado por Updike con la misma falta de interés que los poderes de sus protagonistas.
Pronto las tres mujeres abandonan todos sus hábitos de conducta para pasar el mayor tiempo posible en compañía de Van Horne en su lujosa y recién restaurada mansión, la cual está llena de artefactos de última tecnología y suntuosos aditamentos. En poco tiempo las brujas empiezan a dejar de lado su amistad de años para pasar más tiempo, cada una por su cuenta, en la casa de Van Horne, quien desde su llegada intenta incitarlas a tomar riesgos y superarse en cada una de sus actividades.
Luego de un escandaloso caso de homicidio/suicidio, las brujas y Van Horne toman bajo su protección a los dos jóvenes sobrevivientes de la tragedia familiar, Chris y Jenny, y ésta es integrada en poco tiempo a sus bacanales. Cuando tiempo después Jenny se muda a casa de Van Horne y más adelante se casa con él, las mujeres mayores lo ven como una traición y deciden tomar venganza, pero lo único que consiguen es acabar con los pocos lazos que aún las unían. Cada una de ellas realiza un encanto para hallar a su hombre ideal y se van de la ciudad, donde un nuevo grupo de brujas parece haber tomado ya el control del pueblo.
Si son aficionados a la película del mismo nombre protagonizada por Cher, Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer y Jack Nicholson, lo más probable es que el libro no les guste en lo más mínimo. Si no tienen la paciencia para lidiar con el trabajo de un autor capaz de renunciar a narrar la historia para concentrarse en detalladas descripciones del paisaje o locación, o a sumir a sus personajes en largas conversaciones sin rumbo aparente, también les sugiero buscar alguna otra lectura. Pero si pueden aceptar ese estilo narrativo y disfrutar de una novela más preocupada porque sus personajes tengan una personalidad creíble y la trama sea algo complementario, The Witches of Eastwick puede ser una decisión acertada.
La historia, escrita a principios de los ochenta, tiene lugar a finales de los sesenta, en medio del fervor público por la guerra en Vietnam. Updike hace un gran trabajo al retratar la vida en un conservador pueblo norteamericano donde la mujer tiene un papel predeterminado del que alejarse acarrea toda clase de rencillas y prejuicios. Que las protagonistas sean brujas que intentan acoplar sus costumbres a un entorno contemporáneo y confrontan el status quo da a la historia ciertos tintes de comedia oscura y mordaz crítica social, punzante e irreverente, que aprovecha la polémica que temas como la liberación femenina y la revolución sexual de la época.
Esta semana, al leer algunas notas publicadas a causa del fallecimiento del autor, descubrí que el año pasado publicó una secuela a este libro bajo el título de The Widows of Eastwick (Las Viudas de Eastwick), mismo que fue recibido con frialdad y dureza por parte de la crítica.
En resumen, The Witches of Eastwick es una novela inteligente e interesante que por desgracia no está dirigida a toda clase de público, y en lo personal me sirvió para acercarme al trabajo de un autor al que ahora puedo entender con mayor respeto sin por ello sentirme atraído a intentar otra de sus novelas, Pulitzer o no. Recomendada pero con reservas.
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