miércoles, 28 de enero de 2009

Reseña: The Curious Case of Benjamin Button

David Fincher es uno de los mejores directores de cine que trabajan en la actualidad en Hollywood, y cada nuevo proyecto suyo parece más ambicioso y complejo que el anterior.

Luego de la extraordinaria Zodiac, Fincher se dedicó de lleno a trabajar en The Curious Case of Benjamin Button, una vaga adaptación de la historia de F. Scott Fitzgerald del mismo título, que cuenta la historia de un hombre que nace como anciano y al pasar del tiempo se hace más joven. La adaptación corrió a cargo de Eric Roth, quien ganó fama hace unos años por el guión de Forrest Gump.

Pero nunca he usado eso en su contra, porque aún a pesar de haber escrito también The Postman (El Mensajero) y Munich, es también el responsable de los guiones de The Insider (El Informante) y The Good Shepherd (El Buen Pastor).

Menciono la participación de Roth porque he escuchado algunos comentarios sobre la película en que se le compara con Forrest Gump, y aunque es cierto que hay un par de recursos narrativos similares y algunos personajes de soporte que pudieran ser intercambiables, el resultado es completamente diferente. Supongo que la principal diferencia, y la que determina por qué The Curious Case of Benjamin Button es una película muy superior a Forrest Gump, es bastante simple: David Fincher no es Robert Zemeckis. Y los cinéfilos del mundo estamos infinitamente agradecidos por ello.


La historia empieza en un hospital de Nueva Orleans en víspera de que sea azotada por el huracán Katrina. Daisy (Cate Blanchett) es una anciana mujer que espera la muerte en compañía de su hija Caroline (Julia Ormond). Daisy le pide que saque de su maleta un diario y se lo lea en voz alta. El diario pertenece a Benjamin Button, y en sus páginas el texto es acompañado por fotografías y tarjetas postales.

Cuando Caroline empieza a leer, la narrativa se transfiere al punto de vista de Benjamin (Brad Pitt). Así nos enteramos de que nació el mismo día que terminó la Primera Guerra Mundial, que su madre murió un rato después del parto, y que su padre (Jason Flemyng), horrorizado por el decrépito y débil estado en que nació su hijo, lo abandonó ante la puerta de una casa hogar para ancianos.


Al avanzar la historia descubrimos que Benjamin rejuvenece año con año, como si el tiempo corriera al revés para él. En el asilo vive con Queenie (Taraji P. Henson), su madre adoptiva, y con los ancianos residentes. Ahí conoce a Daisy cuando ésta es una niña, pues su abuela vive en el lugar, y pronto se crea entre ambos un fuerte lazo afectivo que crece a través del tiempo durante las visitas de Daisy.

Después la película cuenta sobre los viajes de Benjamin a borde de un buque remolque y muestra el desarrollo intermitente de su relación con Daisy, con quien eventualmente vive un apasionado romance durante la etapa de sus vidas en que sus edades se intersectan. La película se centra en el desarrollo de Benjamin como persona y en su forma de lidiar con su anormal situación, y deja que el mundo y los acontecimientos que suceden a su alrededor sean sólo el marco en que se desarrolla su vida, sin convertirse nunca en elementos que decidan el rumbo de la misma.


El dedicado trabajo de Fincher y su equipo para recrear distintas épocas y la naturaleza misma de la historia hacen que resulte fácil pensar que la película es una superproducción cualquiera sin más mérito que la fastuosidad de la producción, pero hay que destacar la habilidad con que Fincher consigue que el elaborado diseño de producción y toda la tecnología de efectos especiales y maquillaje utilizados se conviertan en meras herramientas al servicio de la historia que está contando.

Visualmente la película es perfecta. Filmada en tonos pardos y oscuros que le dan un tinte otoñal y llena de escenas nocturnas, la cinta evoca en todo momento una fuerte sensación de melancolía y soledad que refleja apropiadamente la situación de su personaje principal. Por momentos la narrativa se siente entrecortada, pero la edición de la película parece indicar que es intencional. Y funciona.


Ignoro si era la intención de Fincher, pero la sensación que invade al espectador es la de estar ligeramente fuera de tiempo y lugar, creando una sensación de impermanencia, de momentos fugaces que no fueron lo que esperábamos, y crea un lazo de identificación con su protagonista que de otro modo hubiese sido imposible lograr. A pesar de que en el fondo es una historia de amor, la relación entre Benjamin y Daisy nunca deja atrás un cierto toque de desesperanza y amargura, quizás porque desde el primer momento saben que nunca tendrán una relación "normal" que lleve a un "y vivieron felices para siempre", como el que se podría esperar de una superproducción hollywoodense.

También ayuda el trabajo actoral, pues Brad Pitt interpreta a Benjamin con la mezcla de resignación y esperanza que se puede esperar de alguien que nació y creció en un ambiente en que la muerte era algo esperado y natural, que abraza maravillado cualquier nueva experiencia que la vida le ofrece y vive cada momento como lo que es, un instante único e irrepetible. Cate Blanchett y Tilda Swinton interpretan a los dos intereses románticos del protagonista y suman a esa sensación, creando una atmósfera de emociones y sentimientos reprimidos, donde los silencios llegan a ser más expresivos que los pocos diálogos que acompañan las escenas de pareja.


En conclusión, se trata de la obra más emotiva y sentimental de Fincher, sobre todo por el tipo de historia que cuenta, pero debemos hablar del elevado nivel de madurez de un realizador que hasta ahora había demostrado en varias ocasiones su talento y habilidad técnica para contar historias pero había tenido pocas oportunidades de añadir matices emocionales y filosóficos a su trabajo.

Sin duda es una de las mejores películas producidas el año pasado y las trece nominaciones que recibió para los premios de la Academia son merecidas, por lo que nadie debiera sorprenderse si se hace acreedora a la mayoría de los premios técnicos y un par de los artísticos. Muy recomendada.

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