miércoles, 7 de junio de 2006

Predicando para el Coro: ¿Por qué cómics?

Había elegido otro tema para esta primera columna, pero creo que una breve explicación de de lo que siento y pienso respecto a los cómics resulta pertinente antes de empezar con mis peroratas relacionadas al tema de forma regular.


Soy lector de cómics desde hace más de veinticinco años. De hecho, aprendí a leer a los cinco años gracias a los cómics. Mi primer héroe de historieta fue Superman, aunque al principio fue a través de otro medio que descubrí al hombre de acero: la TV. En México había un canal de televisión dirigido a un público infantil en donde transmitían, además de varias series de dibujos animados, diversas series de aventuras. Tarzán, Daniel Boone, Batman, El Avispón Verde y Superman formaban la programación de mediodía. No recuerdo si alguna de ellas era mi favorita por sobre las demás, pero sí que Daniel Boone me parecía un tanto aburrida.


Pero lo que llevó a Superman a convertirse en mi héroe favorito fue un evento en otro medio: la película. Estoy casi seguro de que Superman fue la segunda película que no era de dibujos animados que vi en el cine. Y vaya si fue una experiencia memorable. No sé si era el slogan de la película o fue una frase que se le asoció más tarde, pero para mi resultó completamente cierta, “Creerás que un hombre puede volar”. Y el personaje me atrapó. Pósters, playeras, piyamas, álbumes de estampas. Lo quería todo. Y fue en ese entonces que encontré el material de origen: los cómics.


Editorial Novaro publicaba una gran variedad de títulos, pero sin duda destacaban los dedicados a Superman y los personajes asociados a él. Descubrir que había una infinidad de historias de mi héroe favorito al alcance de mis manos fue sin duda la principal motivación para aprender a leer lo más rápido posible. Y una vez que aprendí a leer no había forma de parar. Pronto descubrí a Batman, Flash, Linterna Verde, Flecha Verde y muchos otros más. Todo un universo de historias estaba a mi disposición.

Al correr de los años mi favoritismo hacia Superman decreció. Tenía ocho años cuando mis padres se separaron, y de repente el mundo ya no era perfecto ni feliz. Al menos tenía dónde refugiarme y buscar apoyo o al menos escape, y justo entonces descubrí a un nuevo héroe. Se trataba de un adolescente, un joven que iba a la escuela y tenía que lidiar con maestros, amigos y rivales de forma cotidiana. Alguien con problemas personales que se daba tiempo para hacer el bien. Había encontrado a mi nuevo héroe y modelo a seguir. Su nombre era Peter Parker, y no exagero al decir que fue mi mejor amigo durante parte de mi niñez y toda la adolescencia.

Claro que la crisis económica que sufría México también fue un factor, pues todos los cómics publicados en aquél entonces fueron cancelados. Todos, excepto uno: El Asombroso Hombre Araña. Durante varios años fue el único cómic de superhéroes que se publicaba en México. Y para mí era más que suficiente. Al pasar de los años había encontrado otras lecturas que me satisfacían tanto como los cómics (y en muchas ocasiones aun más), así que nunca sufrí por falta de material de lectura.

Cuando se dio el llamado “boom del comic”, a principios de los noventa, aparecieron en México las primeras tiendas especializadas en cómics. Ahora no sólo era posible conseguir cómics nuevos o atrasados de casi cualquier personaje, sino que teníamos acceso a los nuevos a sólo días de su salida en EEUU. El resultado de mi crecimiento como lector se manifestó cuando descubrí (de hecho ya lo sabía, pero nunca le había dado importancia) que los cómics eran algo más que superhéroes.

Descubrí a Vertigo y a Epic. A Dark Horse y a algunas otras editoriales más pequeñas. Me familiaricé con conceptos para mí desconocidos, como “cómic de autor”, “novela gráfica”, “lectores maduros” y “cómic independiente”. Y aunque esa cara oscura del medio tuvo un efecto hipnotizante en mí, nunca dejé completamente de lado los cómics de superhéroes.

Otra costumbre adquirida en la prosa que incorporé a mi afición comiquera fue la de buscar el trabajo de autores que disfrutaba. Hoy día me sería difícil señalar a algún personaje como mi favorito, sin importar si se trata de un superhéroe o no. Tal vez podría hacer una lista con algunos de los que más me gustan, pero seguro tendría anotaciones como “en tal o cual historia” o “cuando lo escribía fulano o lo dibujaba mengano”. Tampoco puedo nombrar a un autor como mi favorito absoluto, pero sé los nombres que encontrarían más rápido su lugar en una lista. Y también sé que mezclaría a autores de prosa con escritores de cómic sin discriminación alguna.


Y eso es algo que me gustaría dejar en claro. Para mí, los cómics son un medio de comunicación tan válido y digno de respeto como cualquier otro. Me molesta cuando la gente hace comentarios despectivos o tratan al lector de cómics como si fuese un retrasado o ignorante. Y más aún si el comentario viene de otro lector de cómics, porque no concibo que alguien manifieste su poca autoestima a través de las cosas que disfruta. Si nosotros no respetamos al medio, no podemos esperar que otros lo hagan.

Junto con el cine, el arte secuencial, en cualquiera de sus formatos y bajo el nombre que ustedes gusten (cómics, tebeos, historietas, novelas gráficas, etc.) ofrece la posibilidad de incorporar elementos de otros medios, adaptándolos, cambiándolos y combinándolos hasta hacerlos propios. Además, ambos medios son de fácil comprensión y tienen el potencial de alcanzar a toda clase de audiencias.

Pero me estoy excediendo en el punto y ya habrá ocasión de explayarme al respecto. Para finalizar con esta primera columna, quiero hacer algunas aclaraciones. Soy una persona apasionada por lo que me gusta, y junto a esa pasión por compartir mis gustos existe una necedad de proporciones increíbles. Si alguien desea convencerme de aceptar algo con lo que no estoy de acuerdo, tendrá que esforzarse en sus argumentos. Pocas gentes disfrutan tanto como yo debatir o discutir sobre ciertos temas.


También debo aclarar que tiendo a ser bastante cínico e irónico en algunos de mis comentarios. El sarcasmo es parte natural de mi forma de ser, lo que podría resultar en malentendidos, razón por la cual quiero aclarar que nada de lo que escribo es con afán de ofender o molestar a nadie. Y precisamente por eso quiero invitarlos a usar los comentarios como un modo de generar un diálogo donde pueda conocer sus puntos de vista u opiniones sobre lo que aquí escriba.

Si a alguien le interesa conocer mi opinión o postura sobre algún tema en particular, por favor sugiéranlo. De lo único que se podrían arrepentir es de haberme dado cuerda. Espero participen con sus comentarios y preguntas, porque un coro a una sola voz puede resultar lastimosamente aburrido.

Por cierto, el nombre de esta columna es una manifestación de mi cinismo. Estoy consciente de que, por deseable que fuera lo contrario, es difícil atraer nuevo público a los cómics. Podemos recomendarlos y predicar las virtudes y ventajas del medio, pero rara vez encontramos la receptividad que quisiéramos. Mientras no se de un cambio en la percepción pública del medio, es un hecho que nuestra audiencia serán quienes están aquí y están por gusto y convicción, representando una audiencia cautiva. Justo como el coro de una iglesia.

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