Mucho se ha escrito en este blog sobre el pobre estado de la televisión en nuestro país. Esta semana se dio un cambio en la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y la Televisión. Hasta el día de ayer Jorge Mendoza, vicepresidente de Televisión Azteca, ejerció como presidente de dicha organización. Mendoza es tristemente célebre en la industria por haber sido uno de los principales orquestadores de la toma hostil de Canal 40 por parte de Televisión Azteca en diciembre de 2002. Y con este cambio se gestan algunos más en ese ámbito.
También es tema de discusión la propuesta para reformar la Ley Federal de Radio y Televisión y se habla de la posibilidad de que la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC) regresé a estar bajo el control de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, dejando el cobijo de la Secretaría de Gobernación, de la cual depende actualmente.
Crecen los rumores sobre una apertura a nuevos concesionarios. Esta semana se publicó en el diario Milenio un desplegado de una plana pidiendo cambios específicos en la forma en que se maneja la concesión de señales de televisión y la creación de organismos reguladores. El desplegado está firmado por diferentes personalidades de los ámbitos artístico, político, e intelectual de nuestro país.
Y esto me lleva a preguntarme, ¿Qué es lo que realmente queremos? ¿Más televisión? ¿O simplemente una televisión mejor hecha, más propositiva y menos tendenciosa?
El alegato que hacen los firmantes del mencionado desplegado es que la radio y los medios impresos han logrado crecer y evolucionar gracias a la apertura a la competencia -tema que personalmente encuentro discutible en el caso particular de la radio tomando en cuenta el tamaño de algunas de las cadenas, como Organización Radio Fórmula, Grupo Radio Centro, Sistema Radiópolis, Núcleo Radio Mil, o Grupo Acir, y sobre el cual comenté algo hace unos meses-. Pero no creo que la solución sea tener a cuatro empresas en lugar de dos. Lo que realmente se necesita es un cambio de actitud.
En un mundo ideal la existencia de diferentes ofertas de contenido sería suficiente para generar la producción de mejores contenidos con mejores valores de producción. Pero este no es un mundo ideal. No hay nada que nos garantice que los nuevos concesionarios no decidan subirse al tren y producir exactamente la misma clase de programación desechable que actualmente nos ofrecen Televisa y Televisión Azteca. Después de todo esa clase de contenidos están "probados". ¿Para qué arriesgarse a hacer algo diferente si ya se sabe que vende y que no?
Alvaro Cueva, reconocido periodista de espectáculos, escribe una columna diaria sobre televisión bajo el nombre del Pozo de los Deseos Reprimidos. El jueves publicó un texto sobre este tema al cual dio seguimiento el viernes. En esos textos analiza más a fondo la verdadera problemática de nuestra televisión. Y claro que es nuestra. Porque pertenece al Estado, y con ello -en teoría- al pueblo.
Sólo hace falta alzar la voz y reclamar nuestro derecho a recibir contenidos de calidad. Y no es que los haya. Es que no los vemos y mucho menos los recomendamos. Canal Once y Canal Veintidós son sin duda dos propuestas inteligentes de televisión de calidad. ¿Por qué es entonces que siguen siendo considerados como señales "menores"?
Y si a nosotros no nos importa que haya un cambio, a los dueños de las grandes cadenas tampoco. La diferencia es que ellos están enriqueciéndose con nuestra indiferencia.
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