lunes, 18 de abril de 2022

Image Comics: 30 años del inicio de una historia irrepetible

El pasado 1 de febrero se cumplieron treinta años de la fundación de Image Comics, editorial que en su momento fue un parteaguas en la industria estadounidense del cómic, como una opción con verdaderas posibilidades de retar el dominio comercial de Marvel y DC Comics. La fecha parece aleatoria, sobre todo porque Youngblood #1, primer cómic publicado por la editorial, llegó a las tiendas de cómics hasta mediados de abril. Se considera al 1 de febrero como el nacimiento de Image porque en esa fecha se distribuyó el comunicado de prensa que anunciaba el lanzamiento de la editorial.

Para entender de mejor manera la importancia de que un grupo de autores decidiera fundar su propia compañía y competir contra sus antiguos empleadores, sobre todo en la peculiar industria del cómic, habría que hablar un poco de algunos antecedentes del medio, y del contexto en que nació Image Comics.

El arte secuencial existe desde hace siglos, y aunque hay publicaciones que datan de mediados del siglo XIX, la industria como tal nació en Estados Unidos en los 1930. Al principio eran colecciones de tiras cómicas previamente publicadas en diarios, y los panfletos eran vendidos a empresas que los regalaban como parte de alguna promoción.

La idea resultó tan popular que algunos editores empezaron a publicar antologías para vender en puestos de periódicos, y poco después empezaron a encargar material original. En vez de pagar licencias de tiras existentes, encargaban material a escritores y artistas, lo que creó una práctica comercial que a la fecha existe y es motivo de discusiones sobre propiedad intelectual y derechos de autor: Si las historias y personajes eran creados por encargo, se asumía que eran propiedad de las editoriales, no de los autores.

En aquel entonces Estados Unidos aún se recuperaba de una profunda crisis económica, así que es lógico pensar que la gran mayoría de los artistas estaban más preocupados por llevar dinero a casa de forma constante que por el posible futuro de sus creaciones, así que nadie prestaba demasiada atención a los detalles en sus contratos. Eso provocó que cuando, al paso del tiempo, algunas de esas creaciones se convirtieron en éxitos comerciales, los beneficiados fueron los empresarios, no los autores.

Es importante aclarar que no siempre era así, pues había casos en que los autores habían creado personajes o incluso tenían cómics hechos antes de negociar su publicación con las editoriales, lo que creaba condiciones diferentes, pero en muchos de esos casos, años después de su creación, en vez de reclamar su propiedad (lo que implicaba hallar el modo de publicarla por su cuenta), los creadores llegaban a algún acuerdo que traspasaba la propiedad intelectual a las editoriales a cambio de un pago que rara vez reflejaba el valor real de la propiedad.

Ese modelo de negocios se mantuvo sin cambios por varias décadas, y aunque en ocasiones surgían disputas, éstas solían resolverse con un acuerdo privado entre las partes antes de llegar a la corte. Por ejemplo, el de Superman ofrece muchas oportunidades de análisis, no sólo por tratarse del ejemplo más antiguo de una propiedad en cómics que trascendió el medio en que nació, sino porque la exitosa película estrenada en 1978 revivió el tema de su propiedad intelectual, pero se trata de un tema tan complejo que merece ser analizado de forma individual en otra ocasión.

A lo largo de los 1970 hubo intentos por cambiar las cosas. Cada vez había más autores que lograban publicar sus creaciones sin renunciar a sus derechos, pero al trabajar de forma independiente carecían de las herramientas necesarias para competir con las grandes editoriales. En los 1980 las cosas empezaron a cambiar, sobre todo gracias a la aparición de editoriales como Eclipse Comics y The Comic Company (Comico), que compraban los derechos editoriales pero permitían a los autores conservar la propiedad intelectual de sus obras.

John Byrne y Frank Miller fueron los primeros artistas de cómic en convertirse en estrellas por su trabajo con superhéroes. (Imagen: Marvel Comics - DC Comics)

Incluso Marvel (a través del sello Epic) y DC desarrollaron tratos similares con algunos creadores. De forma paralela a esos cambios a nivel interno, se dio una creciente presencia de los cómics en el mundo del entretenimiento y la cultura pop. Algunos títulos de la segunda mitad de la década recibieron atención mediática y convirtieron a artistas como John Byrne o Frank Miller en celebridades menores. La respuesta de Marvel fue aprovechar esa atención externa y convertir a los artistas en el centro de sus esfuerzos promocionales.

Esto llevó a que un puñado de artistas alcanzaran niveles de popularidad que a menudo rebasaban la de los personajes en que trabajaban. En esa misma época, Marvel se convirtió en una empresa pública con acciones en la bolsa. Eso, sumado a que las ventas iban a la alza y la editorial tenía más recursos para invertir y compensar al talento responsable por sus títulos más exitosos, permitió que La Casa de las Ideas lograse acaparar los servicios de muchos de los artistas más populares.

La combinación del pago de regalías y las tarifas premium que recibían algunos de ellos los había convertido en los creativos mejor pagados en la historia del medio, y por primera vez eran conscientes de su propia importancia, del valor que tenía el equipo creativo detrás de un cómic exitoso más allá de la propiedad misma. No era raro que artistas de series populares, sobre todo los más vocales, como Todd McFarlane o Erik Larsen, exigieran tener una mayor participación de las ganancias, aunque la postura de Marvel era que no había razón alguna para darles más.

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