viernes, 20 de abril de 2012

Black Gold (El Príncipe del Desierto)

Jean-Jacques Annaud es un director que suele dar un toque personal a sus películas, contando historias introspectivas donde el desarrollo interior de los personajes es esencial para la manera en que cuenta las historias. A lo largo de los años he disfrutado películas como Quest for Fire (La Guerra del Fuego), The Name of the Rose (El Nombre de la Rosa), The Bear (El Oso), Enemy at the Gates (Enemigo al Acecho) o Two Brothers (Dos Hermanos). Claro que ha tenido tropezones, como Seven Years in Tibet (Siete Años en el Tibet), pero en general me parece un director sólido y capaz, aunque a veces se agradecería un ritmo más ágil en sus historias.

Menciono lo anterior, porque nada me preparó para lo que iba a ver en Black Gold (El Príncipe del Desierto). La película cuenta una versión ficticia del surgimiento de la península árabe como uno de los principales productores de petróleo, y lo hace de forma pretenciosa y llena de errores, tratando de emular el estilo épico de producciones de antaño, como Lawrence of Arabia, pero fracasa miserablemente.

Al inicio vemos el fin de un conflicto entre los reinos ficticios de Hobeika y Salmaah. Nesib (Antonio Banderas), el Emir de Hobeika, pone los términos de paz. Amar (Mark Strong), el Sultán de Salmaah, le entregará la custodia de sus dos hijos como garantía de que no habrá más conflictos, y ambos acuerdan dejar la enorme franja de desierto que separa sus ciudades como Tierra de Nadie, sobre la que ninguno de los dos puede reclamar derecho alguno.



Así transcurren varios años de paz y los dos hijos de Amar crecen para convertirse en hombres. El mayor de ellos, Saleeh, tiene el espíritu de un guerrero, en tanto que Auda (Tahar Rahim) adora los libros y es tímido y retraído. Ambos extrañan su hogar, pero saben que aún no es tiempo de volver a él. Un día llegan visitantes norteamericanos a Hobeika. Uno se identifica como representante de una petrolera texana y propone a Nesib un negocio que lo hará rico y permitirá sacar a Hobeika de la miseria, pues hay petróleo cerca de su ciudad.

Por desgracia el petróleo está en la franja de desierto que tanto él como Amar juraron no tocar. Esto provocará que revivan las viejas rencillas entre ambos reinos y que la guerra vuelva a convertirse en una amenaza en la región, con los hijos de ambos atrapados en medio del conflicto y convertidos en herramientas a explotar en la lucha de sus padres por someter a su enemigo. Ah, claro, sin olvidar que la hija de Nesib está perdidamente enamorada de Auda.



No sé qué me sorprendió más, si el inexistente desarrollo de personajes y la aparición de un cliché tras otro sobre la percepción occidental de la vida en el mundo árabe, o descubrir que la película se financió totalmente con dinero de la península.

Banderas interpreta al típico jeque árabe para el que todo representa una oportunidad de obtener ganancias, y Strong al líder fundamentalista musulmán. El pobre intento de crear un lazo entre ambos a partir del romance de sus hijos me hizo revalorar el trabajo de las telenovelas mexicanas (aunque no demasiado, aclaro) y pasé la mayor parte del tiempo (más de dos horas) intentando descifrar qué pretendía la película o hacia donde iba el argumento.



Me parece que contar una historia sobre las guerras del petróleo en la región, y buscar retratar las costumbres y tradiciones del mundo árabe es una idea bastante atractiva. Pero parece que filmaron la película antes de decidir qué historia querían contar, lo que resulta en líneas argumentales que son abandonadas sin reparo o sustituidas por otro arco argumental vagamente relacionado.

Black Gold debe ser la peor película que he visto este año y seguro ocupa un lugar destacado entre las cosas más aburridas que he visto en mi vida, por lo que no la recomiendo bajo ninguna circunstancia. Imagino que Annaud tenía deudas por pagar o nunca entendió qué querían sus productores y trabajó en piloto automático, pues también tiene crédito como co guionista de la película. Evítenla como la peste.

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