
La historia de la investigación espacial es un tema que siempre me ha fascinado. Desde niño leí cuanto pude sobre los programas espaciales -más del norteamericano, pues el soviético siempre fue marcado por el sigilo y secretismo propios del regimen comunista durante la Guerra Fría- y aún cuando entiendo la importancia que llega a tener la participación de animales en la etapa experimental de cualquier aventura que pueda poner en riesgo la integridad de seres humanos, encuentro un tanto irresponsable que en algunos medios se publiquen fotos de Ham con comentarios que señalan su "amplia sonrisa", o en los que se ensalza su coraje y valentía al ser parte de un programa tan importante como fue la carrera espacial.
¿Acaso creen que los chimpancés empleados por los norteamericanos, o los perros de los soviéticos, eran voluntarios? Como todo animal "entrenado" o "amaestrado", los chimpancés que participaron en el programa espacial eran sometidos a un entrenamiento basado en castigo y recompensa. En el caso de Ham, se le entrenó para accionar palancas y botones en respuesta a estímulos visuales y auditivos -luces y alarmas- en un lapso de tiempo determinado. Si accionaba la palanca correcta en menos de cinco segundos, recibía una rodaja de plátano. En caso de no hacerlo, recibía una leve descarga eléctrica en las plantas de los pies. Nunca me ha parecido correcto este método de amaestrar animales, y por ello es que nuca he considerado como "lindos" los espectáculos de circo que involucran animales. Pero eso es tema aparte.

Afortunadamente la historia de Ham tuvo un final feliz. Tras el éxito de su misión se convirtió en una celebridad y tuvo apariciones en televisión, tras lo que pasó diecisiete años viviendo en una base de la Fuerza Aérea, participando en varios programas de investigación, para finalmente pasar sus últimos años en un zoológico. A su muerte, en 1983, el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas decidió conservar su esqueleto para seguir estudiándolo. Tras limpiar los huesos, el resto del cuerpo fue trasladado al International Space Hall of Fame, ubicado dentro del Museo de Historia del Espacio de Nuevo México, ubicado en Alamogordo.
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