Hace unos días se presentó un lamentable incidente en el Estadio Azteca. Durante un partido correspondiente a los octavos de final de la Copa Libertadores entre el América de México, y el Sao Caetano de Brasil, Cuauhtémoc Blanco, delantero del América, dio un artero codazo en el rostro a un jugador brasileño, y fue expulsado. Al final del partido, que terminó empatado y con el América eliminado del torneo, los jugadores brasileños se reunieron en el centro de la cancha para celebrar su calificación a la siguiente ronda.
Esta celebración fue interpretada por algunos americanistas, tanto aficionados como jugadores y cuerpo técnico, como una burla, y de ahí surgió el problema. Blanco, que nunca se retiró a los vestidores como debía hacer, regresó a la cancha y se hizo de palabras con el portero y un utilero del Sao Caetano. El intercambio de insultos subió de tono hasta llegar a los golpes y pronto se convirtió en una batalla campal entre los jugadores y staff de ambos equipos.
Pero lo más grave fue la participación del público en la reyerta, pues al iniciar la bronca empezaron a arrojar objetos a la cancha y algunas personas derribaron parte del enrejado para, armados con tubos y palos, perseguir a los jugadores brasileños, que rápidamente abandonaron la cancha. Entre los objetos arrojados había de todo: vasos, basura, armas de fabricación casera y, por ridículo que suene, carretillas. Y todo por un simple juego.
Un par de días después escuché un comentario de Alfredo Domínguez Muro, experimentado comentarista deportivo, que aludió a lo que llamó una necedad de parte de los comentaristas de Televisa, a quienes acusó de minimizar la importancia del fútbol en ciertos sectores de nuestra sociedad. “Es sólo un juego”, dicen ellos. Afirma que cuando él trabajó para dicha empresa siempre estuvo en contra de que se subestimara de esa forma lo que él siempre ha considerado un fenómeno social. Y en parte coincido con él.
En México, como en muchos otros países de nuestro continente, el fútbol es más que un juego. Para miles de personas es un acto de escapismo, una forma de evadir su realidad. ¿De qué otro modo se explican las multitudes que se reúnen en el Ángel de la Independencia a celebrar cada victoria de la selección nacional? ¿O a las decenas de gente que se presentan en el aeropuerto para manifestar en persona su desagrado por algún mal resultado obtenido en el extranjero?
En algunos casos este escapismo alcanza niveles de fanatismo, y los ejemplos abundan. Hace años, durante el Mundial de Estados Unidos 1994, Andrés Escobar, defensa de la selección colombiana, anotó un autogol que llevó a la eliminación de su equipo. Días después, de regreso en su país, fue asesinado por un aficionado que no le perdonó la eliminación de su selección.
En Europa son comunes los enfrentamientos entre aficionados de equipos rivales. Estos “hooligans”, como se les llama, ocasionaban destrozos dentro y fuera de los estadios, hasta que las autoridades de países como Gran Bretaña, Alemania y Holanda tomaron medidas para controlar a estos grupos. En Sudamérica ocurre algo similar, con enfrentamientos entre las distintas “barras” de aficionados.
En México existen algunos agravantes. Las primeras “barras” surgidas en nuestro país fueron formadas a petición de los directivos de algunos equipos, quienes incluso se dieron a la tarea de contratar gente de Argentina y otros países para organizar estos grupos. No todas las barras son violentas, pero algunas que han crecido más allá de toda posibilidad de control. Los más claros ejemplos de barras sin control son la “Monumental”, del América, y la “Rebel” de los Pumas de la UNAM.
En el caso de la Monumental es importante señalar que siempre se ha dicho que son una barra pagada, y era normal verlos acompañar a su equipo en estadios sudamericanos o en los Estados Unidos. Y digo “era” porque a raíz del incidente en el Estadio Azteca, Javier Pérez-Teuffer, presidente del América, anunció la disolución de la barra. ¿Y cómo podría él disolverla si no era suya? Pero también anunció que se creará otro grupo de apoyo, con credenciales y mecanismos de control.
Habrá que ver si realmente es posible detener la creciente violencia en las gradas de los estadios nacionales. Y ojalá que la gente en medios tome conciencia de la importancia de este juego para las masas. No en balde algún periodista bautizó hace un par de décadas al fútbol en nuestro país como “El Opio del Pueblo”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario