La ciencia ficción siempre ha sido motivo de polémicas y discusiones, comenzando con la aparente imposibilidad de hallar una definición sobre lo que el género engloba que resulte satisfactoria para todos los involucrados. En español se puede incluso argumentar que el problema es aún peor, pues muchos consideran que ciencia ficción es una mala traducción de science fiction, cuyo equivalente correcto sería ficción científica.
Si no están de acuerdo con esa interpretación del término, quizá deban tomar en cuenta que antes de popularizar ciencia ficción, Hugo Gernsback, longevo editor de la revista Amazing Stories a quien se da crédito por acuñarlo y en cuyo honor se nombró a uno de los más prestigiosos premios especializados en el género, había propuesto el uso de scientifiction (cientificción).
Con eso en mente, tratar de identificar el origen histórico de la ciencia ficción parece una empresa destinada al fracaso, o al menos una destinada a provocar más discusiones y un sin fin de frustraciones. Aun así, hay obras y sucesos dignos de consideración y reconocimiento por su papel en el desarrollo del género. Repasemos algunos antecedentes, pero tratando de evitar sumergirnos en el agujero sin fondo que puede representar la discusión de sus méritos individuales.
Habría que partir con Relatos verídicos, obra del satirista griego Luciano de Samósata escrita en el siglo II d.C., una historia que incluye viajes espaciales, seres alienígenas y una guerra interplanetaria, elementos suficientes para considerarla la precursora más temprana del género. Durante los siguientes siglos hubo relatos de distintas partes del mundo que incluían temas y elementos que ahora identificamos con el género, incluso en obras tan conocidas como Las Mil y Una Noches.
Pero los primeros avances serios en la formación del género se dieron durante los siglos XVII y XVIII, durante la revolución científica parte de La Ilustración. Reconocidos pensadores y literatos de la época, como Johannes Kepler, Francis Bacon y Cyrano de Bergerac, escribieron obras que se consideran proto-ciencia ficción, además de que muchos historiadores piensan que Somnium, de Kepler, es la primera novela de ciencia ficción.
Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, y Micromégas, de Voltaire, son buenos ejemplos de lo que algunos llaman fantaciencia o fantasía científica. En esa época se dieron los primeros pasos en el nacimiento de la ciencia ficción, y la literatura atravesaba un periodo formativo que dio origen a la forma moderna de la novela, lo que preparó el camino para la aparición de la ciencia ficción moderna, que es donde entra en escena el sujeto de este texto: Mary Wolstonecraft Shelley.
Presunto retrato de Mary Shelley, por Samuel John Stump. (Foto: National Portrait Gallery) |
Una fue The Vampyre, un relato escrito por John Polidori, el médico personal de Byron, mismo que décadas después sería una de las mayores inspiraciones para el Dracula de Bram Stoker. La otra fue la que escribió la joven Mary, inspirada por una pesadilla que había sufrido la noche anterior. Su relato impactó de tal modo al grupo que todos insistieron en que debía convertirla en una novela.
La joven puso manos a la obra y el 1 de enero de 1818, cuando la autora tenía apenas veinte años de edad, se publicó de forma anónima y con un tiraje de sólo quinientas copias Frankenstein; or, The Modern Prometheus, una novela de gran impacto en el desarrollo de la ciencia ficción moderna. Esa afirmación suele generar confusión, pues la versión popularizada en el cine dejó en muchos la idea de que se trata de una historia de horror y no de ciencia ficción.
Y la verdad, basta con pensar un poco en la naturaleza del monstruo creado por la autora en su novela para entender por qué no es así. No se trata de una criatura producto de la magia o de alguna intervención sobrenatural, sino de un ser que nació de un proceso científico que, en la época en que Shelley escribió su novela, aún era reciente, pero bien conocido: el uso de electricidad para reanimar tejido muerto.
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