Este blog ha estado bastante abandonado, y aunque no pienso hacer promesas sobre regularidad en las publicaciones, poco a poco intentaré ponerme al día con los libros y películas que no he comentado en las últimas semanas. Por lo pronto, una reciente.
Ron Howard es un veterano director, responsable de algunas películas bastante buenas (A Beautiful Mind, Frost/Nixon), pero también de algunas bastante mediocres (Cocoon, Far and Away, Ransom, Angels and Demons), así como de algunos documentales que van de aburridos a interesantes.
Ron Howard es un veterano director, responsable de algunas películas bastante buenas (A Beautiful Mind, Frost/Nixon), pero también de algunas bastante mediocres (Cocoon, Far and Away, Ransom, Angels and Demons), así como de algunos documentales que van de aburridos a interesantes.
Su trabajo de dirección se caracteriza por una calidad digna de resaltar, así que para decidir si veo en el cine una de sus películas, suelo echar un vistazo al tema de la película o intento averiguar acerca del material de origen, o quién es el guionista con quien colabora en cada nuevo proyecto.
En el caso de su cinta más reciente, Rush (estrenada en México como Rush: Pasión y Gloria), se trata de la historia de la rivalidad de dos grandes pilotos de Fórmula 1, con un guion escrito por Peter Morgan, guionista de The Last King of Scotland, The Queen, The Other Boleyn Girl, y Frost/Nixon, así que eso cubría tema y guionista.
Al principio, por tratarse de una historia basada en hechos reales, mi mayor preocupación hubiera sido que Howard cayera en lo que considero es el problema de, por ejemplo, Apollo 13, una de sus primeras películas exitosas: parece un documental. Por fortuna en el caso de Rush la historia no está basada en las memorias de nadie, y Peter Morgan ha demostrado que puede hallar ángulos interesantes desde los cuales contar esta clase de historias sin necesidad de caer en un simple relato de los hechos.
La película cuenta la rivalidad de dos pilotos de carreras en la década de los 1970, James Hunt (Chris Hemsworth) y Niki Lauda (Daniel Brühl), y cubre sus primeros enfrentamientos, su llegada a la Fórmula 1, máxima categoría del automovilismo deportivo, y su legendaria lucha por el Campeonato Mundial de Pilotos en 1976. En vez de centrarse sólo en la competencia en la pista entre los dos pilotos, la película explora las opuestas personalidades de los protagonistas.
Hunt era un piloto apasionado y visceral, para quien la adrenalina era la principal razón para competir en un deporte tan peligroso. Como se le cita en la película, "mientras más cerca estás de la muerte, más vivo te sientes". En contraposición, Lauda siempre fue un piloto frío y calculador, para quien ser un piloto profesional era una forma de tener éxito al dedicarse a algo en lo que era bueno, y aceptó los riesgos como parte de la carrera de su elección. Y es justo el contraste entre sus motivos y la manera de llevar sus vidas y carreras lo que hace que Rush sea mucho más que un simple docudrama deportivo.
Para poner la historia en contexto, hay que apuntar que ningún piloto de Fórmula 1 ha fallecido en una pista de carreras desde 1994, cuando Ayrton Senna sufrió un accidente fatal en el Gran Premio de Italia, pero entre 1970 y 1977 hubo once muertes de pilotos, ya sea en una competencia, en pruebas de calificación, o en las prácticas previas a una carrera. Decir que dos pilotos fallecían cada año suena como una exageración, pero si sumamos otras categorías resulta una cifra muy cercana a la realidad de aquella época.
Para esta película Howard reclutó los servicios de Anthony Dod Mantle, experimentado cinematógrafo británico que ha colaborado en varias ocasiones con Danny Boyle, y el resultado es espectacular, pues no sólo captura la atmósfera retro que requería una película ambientada hace cuarenta años, si no que lo hace de tal modo que podríamos estar hablando del mejor trabajo visual de la carrera de Howard, empatando su búsqueda de un realismo visual con una manera interesante de mostrar las diferentes situaciones.
Mención especial merecen las actuaciones, sobre todo de Daniel Brühl, quien con una ligera ayuda prostética se convierte en una versión joven de Lauda y captura a la perfección algunos de sus manerismos y su peculiar forma de hablar. A Hemsworth siempre se le ha criticado por considerarlo un actor limitado, pero su carisma y energía capturan la esencia del playboy aventurero que fue Hunt.
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