Hace mucho tiempo (en realidad no tanto), en un lugar muy, muy lejano (de hecho tampoco tanto) había un niño que luchaba contra el tedio y el aburrimiento... En 1977, cuando se estrenó Star Wars (en México en realidad fue hasta el año siguiente), yo era demasiado pequeño para que me llevaran a verla, así que me la perdí.
Sobra decir que me fascinó. Naves espaciales, caballeros que usan magia y unas espadas increíbles, una princesa en peligro, un malvado imperio galáctico (que después descubrimos es gobernado por un malvado hechicero), y los efectos especiales más asombrosos realizados hasta entonces son algunos de los elementos que hicieron de Star Wars una de mis sagas favoritas en cualquier medio.
Uno de los mejores regalos de navidad que recibí jamás fue una serie de figuras de acción (no muñecos) de Star Wars de 12 pulgadas, aprox. el tamaño de una Barbie. No recuerdo cuántos eran y de ellos ahora sólo queda el recuerdo, pero sé que están entre los artículos más buscados y mejor cotizados entre coleccionistas. Por ejemplo, recuerdo que tenía una Princesa Leia (sí, tuve una muñeca, ¿y?), un jawa y un Tusken Raider, todos con ropa de tela, mismo caso de la capa de Darth Vader, mientras que ediciones posteriores de las mismas figuras tenían ropa de plástico.
A veces lamento no haber conservado algunos de los juguetes que tuve en la infancia, pero el hecho de que hayan sido usados para lo que fueron hechos es algo que me satisface bastante. Prefiero decir que tuve muchos juguetes geniales y que los usé hasta acabármelos que pensar en que hoy día pudiera tener juguetes que jamás usé y ahora son altamente cotizados por los coleccionistas.
Volviendo al tema, debo decir que en aquel entonces no me atraía tanto el papel de los Jedi en la saga. De hecho, siempre fui más fan de Han Solo que de Luke Skywalker, tal vez en parte por su aspecto de aventurero espacial y pirata. Fue hasta años después que la idea de los Caballeros Jedi me empezó a parecer atractiva. Seguro se debió a factores externos, como asociar Star Wars con La Fortaleza Escondida, de Kurosawa justo en una época en que empezaba a interesarme la cultura japonesa y en especial los guerreros samurai, a quienes no me fue difícil relacionar con los Jedi.
Después vinieron las secuelas a la trilogía original en forma de cómics y novelas, que en muchos casos son superiores en calidad e historias al material de origen. En particular recomiendo las cinco novelas de Timothy Zahn y las miniseries de cómicDark Empire y Tales of the Jedi, en las cuales se expande la historia y se presenta una mejor visión del papel de los Jedi en la estructura de la vieja República.
Después de 1985 y con la trilogía completa, los fans especulaban sobre el futuro de la saga. Lucas había dicho que era una historia de nueve partes, así que aún faltaba mucho por contar. Pero pasaban los años y no había noticias. A finales de esa década aparecieron dos series de televisión animadas, ambas dirigidas a un público infantil y, al menos hasta donde recuerdo lo poco o nada que vi de ellas, bastante malas.
Una se centraba en las aventuras de C-3PO y R2-D2 y llevaba el título de Droids, en tanto la segunda llevaba por nombre la especie de sus protagonistas: Ewoks. Estos últimos también tuvieron su propia aventura cinematográfica (al menos fuera de los Estados Unidos, donde apareció sólo en TV) bajo el título de Caravan of Courage: an Ewok Adventure, al menos tan mala como la serie animada.
En los años 90 revivió el interés por la saga al renovarse las licencias para material derivado de la trilogía. Bantam Books publicó una trilogía de libros del aclamado novelista de ciencia ficción Timothy Zahn, empezando en 1991 con Heir to the Empire, mientras que Dark Horse Comics publicó la miniserie Dark Empire como inicio de una línea de cómics de Star Wars que aún continua publicándose.
Ambas historias son secuelas a la trilogía y se desarrollan cinco o seis años después de Return of the Jedi y ambas fueron rotundos éxitos comerciales. Star Wars estaba otra vez a la alza y justo a tiempo para celebrar el vigésimo aniversario del estreno de la cinta original. Las celebraciones iniciaron al más puro estilo Lucas: vendiendo algo.
Se editó una versión en video de la trilogía con la cinta restaurada y el audio remasterizado digitalmente, y se anunció el estreno cinematográfico de las Ediciones Especiales de la trilogía. El principal atractivo de estas nuevas versiones eran minutos adicionales y retoques de efectos especiales. Yo estaba feliz y asistí gustoso a verlas. Lucas aprovechó la atención generada para hacer el anuncio oficial. Era hora de salir del retiro para filmar las primeras tres partes de la saga. Al igual que miles de fans alrededor del mundo yo esperaba ansioso por las nuevas películas.
La fecha se cumplió y rodeado de amigos y conocidos asistí a la función de estreno, a medianoche, de Episode I: The Phantom Menace. Y la disfruté.
Algunos días después la vi otra vez y el gusto empezó a desaparecer. La película no era tan buena como me había parecido originalmente. Casi no había historia, las actuaciones eran malas y hasta los efectos especiales dejaban mucho que desear. Supongo que puedo atribuirlo a la alegría de ver material nuevo de la saga después de tanto tiempo. Además, Lucas llevaba mucho tiempo sin escribir o dirigir, así que habría que darle algo de tiempo, dejar que retomara el paso. Claro, era eso.
Y mientras esperaba que pasaran los tres años necesarios para la aparición de Episodio II cedí a la tentación y empecé a comprar las réplicas electrónicas de los sables de luz. Algunos de mis amigos hicieron lo mismo y pronto se convirtió en un hobby habitual reunirnos en algún parque y montar nuestras propias coreografías. Lo admito, éramos -somos- unos tetos.
Episode II: The Attack of the Clones llegó a los cines y repetimos el ritual. Función de medianoche, todos juntos. Ya mencioné que eramos unos tetos pero debo mencionar que no tanto como otros. Nunca nos hemos disfrazado para asistir a una función. Aclarado lo anterior debo decir que esta vez el fan en mí no se dejó llevar por la ilusión. La película no era mala, era malísima.
Diálogos acartonados, una historia enredada y confusa a pesar de ser simplona, actuaciones sosas (con las excepciones de Samuel L. Jackson e Ewan McGregor, que al menos pusieron entusiasmo y actitud de su parte para dar un poco de vida a los cartones que les escribieron, y Christopher Lee, quien interpreta a un villano de fórmula con el mismo aplomo y presencia que lo ha hecho toda su carrera) y un trabajo de dirección y edición que avergonzarían a un estudiante de cine de cualquier parte del mundo.
Así que para consolarme ante tal desencanto seguí comprando sables, aún cuando los tiempos de montar coreografías y usarlos ya habían quedado atrás. Además decidí no hacerle al completista y adquirir sólo aquellos que realmente me gustaran.
Para llenar el hueco entre Episodio II y Episodio III Lucas anunció un convenio para desarrollar unos cortos animados en colaboración con Cartoon Network bajo el título de Clone Wars. La dirección y supervisión de la animación son responsabilidad de Gendy Tartakowsky (creador de Dexter's Lab y Samurai Jack) y quienquiera que haya tenido oportunidad de verlos estará de acuerdo conmigo en que tienen un nivel narrativo muy superior a todo lo hecho por Lucas.
Son episodios de dos minutos de duración, algunas veces sin diálogos, en los cuales existe un trabajo de caracterización y desarrollo de personajes que Lucas no es capaz de imitar. Sin duda alguna representan lo mejor de entre el material reciente de la saga. Y así llegamos al presente y al estreno de Episode III: The Revenge of the Sith. Pero eso lo trataré en mi próximo post.
Por cierto, ¿alguien ha visto en alguna parte el sable de Obi-Wan a un precio razonable? Creo que es el único que necesito y sería un buen cierre para mi colección...
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