Por la vida, sobre todo en el ambiente laboral, es común escuchar frases como "El tiempo es dinero" o algún equivalente, y parece que ése fue el punto de partida de Andrew Niccol para escribir su más reciente película, In Time (El Precio del Mañana). El guionista y director se ha convertido en una de las voces más distintivas del cine estadounidense gracias al enfoque humanista que explora mediante temas de ciencia ficción.
El resultado es una filmografía breve y un tanto irregular, pero distintiva. No se puede negar que cada proyecto de este inusual director ha tenido algo que expresar, y siempre lo ha hecho en sus propios términos.
In Time nos presenta un futuro no tan distante en que la ciencia ha avanzado al punto de haber aislado el gen responsable por el envejecimiento del ser humano, lo que ha permitido que, tras alcanzar los veinticinco años de edad, todo mundo mantenga esa apariencia por el resto de sus vidas. Pero la inmortalidad sería insostenible en un mundo con espacio y recursos limitados, así que existe un mecanismo de control.
El tiempo es, literalmente, precioso, y ha sustituido al dinero como moneda de cambio. Al momento de nacer, cada individuo es equipado con un reloj en el antebrazo, el cual indica el tiempo que le queda. El reloj marca un año y, al cumplir veinticinco años, empieza a correr de forma regresiva, y mediante el trabajo y los negocios se recarga tiempo. La clase trabajadora rara vez tiene más de veinticuatro horas en su reloj, así que literalmente están obligados a vivir día a día.
Will Salas (Justin Timberlake), es obrero en una fábrica de cápsulas de tiempo. Vive con su madre (Olivia Wilde) y, como casi todo mundo, apenas se las arreglan para sobrevivir. Todo cambia la noche en que Will se arriesga para salvar la vida de Henry Hamilton (Matt Bomer), un acaudalado hombre de más de cien años de edad que porta en su reloj más de un siglo. Hamilton es víctima de un asalto, pero Will lo ayuda a escapar y lo esconde durante la noche.
Hamilton explica a Will cómo funciona el sistema y lo hace entender lo injusto de que haya inmortales cuando tanta gente no puede vivir siquiera el tiempo que sería una vida natural. Mientras Will duerme, Hamilton transfiere casi todo su tiempo a él, dejando apenas unos minutos para alejarse de ahí. Junto con su inesperado regalo, Hamilton deja un mensaje: "No desperdicies mi tiempo". Will no sabe que hacer ante su nueva situación, pero tiene algunas ideas.
Lo primero es encontrarse con su madre para compartir su fortuna y buscar un lugar donde vivir lejos de la miseria que los ha rodeado toda su vida. Pero los constantes incrementos en el costo de la vida le juegan una mala pasada y su madre fallece en sus brazos antes de que pueda compartir tiempo con ella. Decidido a cambiar el sistema, Will se dirige a New Greenwich, la ciudad más grande e importante del país, donde sólo los ricos pueden vivir.
Con la intención de hacer todo lo posible por acabar con el sistema, Will va a un casino y pronto multiplica su fortuna. Ahí conoce a Philipe Weis (Vincent Kartheiser), uno de los hombres más ricos del mundo, y a su atractiva hija Sylvia (Amanda Seyfried). Durante una fiesta en casa de los Weis, Will es arrestado por el Guardián del Tiempo Raymond Leon (Cyllian Murphy), como sospechoso del homicidio de Hamilton.
Will escapa y toma a Sylvia como rehén, llevándola hasta su viejo vecindario. Ella se horroriza al ver las condiciones en que vive la gente, y cuando descubre que la mezquindad de su padre es parte del problema, opta por quedarse con Will y hacer lo que pueda para destruir el sistema. Pronto se convierten en asaltantes de bancos, de donde sacan cápsulas de tiempo para repartir entre la gente pobre, lo que los coloca entre los criminales más buscados en varias ciudades.
Como es costumbre en las películas de Niccol, la historia está llena de metáforas, alegorías e ideas interesantes, pero en este caso muchas no están del todo aterrizadas y el resultado es la que quizá sea la película más floja a la fecha de este director. En términos generales la historia tiene piernas para sostenerse y correr con algunas de sus descabelladas ideas, pero una vez que se convierte en una versión futurista de Bonnie & Clyde sus opciones se vuelven limitadas.
En cuanto a las actuaciones, no me parece que ninguno de los involucrados haga su mejor trabajo en esta cinta, pero en general hay un sólido esfuerzo de parte de todos. Lo que me lleva a la pareja protagónica, pues aunque Seyfried y Timberlake cumplen a nivel actoral, no recuerdo cuando fue la última vez que vi una película donde existiera tan poca química entre los protagonistas, pues más allá de creer que sean pareja, es difícil imaginarlos siquiera como amigos.
Supongo que esa incapacidad de lograr que la audiencia pueda empatizar con ellos y con su causa es parte importante de que el último tercio de la película se sienta como una falla importante, pues la relación entre ambos asume la carga emocional de la historia y todo lo demás gira a su alrededor, y la verdad es que no funciona. Ya que no parece culpa de ninguno de ellos, el problema puede haberse originado desde la etapa de casting, y sería interesante saber qué otras opciones había.
Lo lamento un poco por Niccol, pues sus películas no se dan tan a menudo como para permitirse un tropezón, y la verdad es que me había acostumbrado a esperar un alto estándar de calidad en su trabajo, que en esta ocasión me quedó a deber. A pesar de ello, In Time es una película medianamente entretenida que, en el peor de los casos sirve para pasar el rato, además de que plantea ideas que invitan a pensar un poco sobre cómo funciona nuestra sociedad.
Por lo regular eso es suficiente para considerar que la película cumplió con su cometido, pero queda claro que la intención del director era exponer esas ideas y jugar con ellas en una historia con niveles de complejidad que en vez de mostrarse son apenas insinuados. Sin duda una película recomendable, pero con algunas reservas.
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