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lunes, 25 de febrero de 2019

Un año más: cuarenta y cinco

El día de ayer fue mi cumpleaños 45. Creo que es un buen número. No es un número cerrado, no es par ni primo, pero tiene cierto atractivo al no parecer algo tan azaroso.


No hubo fiesta o celebración alguna. No he tenido una fiesta de cumpleaños en más de 25 años y no se trata de algo que me moleste o inquiete de modo alguno. Usualmente recibo pocos presentes, así que no hay razón para hacer aspavientos alrededor de la fecha, aunque hay ocasiones en que el sólo hecho de tener conciencia del tangible paso del tiempo basta para convertirlo en una fecha para reflexionar y hacer una introspección. En ese aspecto, este último año fue particularmente complicado.

Aunque las molestias con mis ojos vienen de casi dos años atrás, fue hace unos ocho meses que mi oftalmólogo decidió que era momento de que un retinólogo se hiciera cargo de la continua evaluación y tratamiento de mi caso, y tras un par de estudios y revisiones me informaron que lo mejor era recurrir a una cirugía antes de que el deterioro acumulado causara algún daño irreversible. En agosto pasado me operaron ambos ojos, y una inconveniencia menor hizo que el ojo izquierdo requiriese una segunda intervención.

Se corrigió el problema principal, pero la convalecencia ha sido complicada. Tengo aceite de silicón en ambos ojos, ocupando el lugar de la mayor parte del humor vítreo. Como su consistencia y transparencia no son iguales, esto afecta mi visión, salvo por un ángulo entre 30 y 45 grados por debajo de la horizontal, donde veo con nitidez porque la parte baja del globo ocular es donde se concentra el vítreo natural de mis ojos. Dentro de una semana me operan el ojo derecho para retirar el silicón y volver a evaluar el estado de mi visión.

Los casi siete meses pasados desde la primera operación han sido complicados por las muchas restricciones que mi afectada visión impuso a mis actividades cotidianas. Para fines prácticos, soy como una persona que requiere anteojos con mucha graduación y no los tiene. Eso se traduce en que es incómodo salir a la calle, y por la noche se vuelve algo incluso peligroso por la forma en que el silicón refracta la luz (es como tener los flares estilo JJ Abrams integrados). No puedo ir al cine, pues no distingo claramente lo que hay en pantalla, y ni siquiera la TV es una opción.

Trabajar en mi computadora de escritorio es complicado, y cuando necesito algo lo hago de pie para asegurar que el monitor quede en un ángulo adecuado para verlo bien. La mayor parte de mi trabajo lo hago actualmente en una laptop, pero no siempre es la mejor alternativa. Las constantes evaluaciones y la imposibilidad de salir me aislaron un poco del mundo. A la mayoría de mis amigos los he visto una o dos veces en este tempo, y a otros tatos ni siquiera una vez. Salgo poco de mi casa, y ni siquiera he dado seguimiento a mucho del trabajo que realizo como freelance.

Los gastos y cuentas médicas se siguen sumando y mis ahorros prácticamente se han esfumado. De no ser por el apoyo de mi familia y amigos, lo más seguro es que estaría en una situación mucho más complicada, pero en general no me puedo quejar. Tengo un techo y los ingresos suficientes para cubrir mis necesidades básicas y cubrir mi parte de los servicios en casa. Trabajo constante, aunque podría estar mejor remunerado, y amigos y familia que están al pendiente la mayor parte del tiempo.

Cuando dejé mi trabajo "regular" hace más de año y medio, tenía algunas ideas de qué hacer con el tiempo libre que eso me crearía, pero la situación de mis ojos puso un freno a mucho de ello. Lo que es más, me puso en un estado mental que complicaba mucho hacer otras de las cosas que tenía pensadas. Pero poco a poco las he ido retomando. Prefiero no pensar demasiado en las cosas negativas ni dejarme arrastrar a un estado de depresión. Mantenerme ocupado, vivir un día a la vez y hacer algo todos los días me ha funcionado de buena manera y realmente no puedo quejarme de mi situación, incluso si a veces es complicado.

La última semana ha sido difícil. Hace unos días se descompuso la televisión. El viernes, mi equipo de escritorio, que empezaba a acusar la edad pero mayormente requería más RAM (difícil de escalar por la motherboard obsoleta que tiene), empezó a dar problemas con la conexión a internet. El sábado por la noche desapareció de forma definitiva. Revisé el módem y el cableado, así que todo apunta a dos posibilidades: problema de hardware (tarjeta de red dañada), lo más probable, o problema de software (alguna actualización haya afectado los controladores de dicha tarjeta).

Si fuera supersticioso, estaría seriamente pensando en cancelar mi cirugía del próximo lunes. Pero no lo soy. Como mencioné antes, intento no estresarme de más por cosas que en realidad no tienen tanta importancia como la que a veces les damos. La televisión prácticamente dejé de verla en los últimos meses, pues la mayor parte de mi entretenimiento lo consumo en la laptop, y las funciones que más uso de la computadora de escritorio funcionan sin problema. Al menos todavía. Puedo acceder a internet desde el celular o la laptop, así tampoco eso me parece tan preocupante.

Sé que el tono de este texto es algo que parece muy deprimente, sobre todo considerando que lo estoy escribiendo la noche de mi cumpleaños, pero como mencioné al principio, es una fecha que suele ponerme introspectivo.

Hoy tengo cita con el médico (chequeo general con un médico internista) donde, entre otras cosas y con estudios en mano, espero el visto bueno final para entrar a quirófano. Tengo un tomo de cómics por traducir para entregar al final de la semana, y un guión corto para cómic que ya debía haber acabado de pulir. La próxima semana tengo mi cirugía, seguida de inmediato por otro tomo para traducir. Si todo sale bien, lo haré con una visión renovada. Además, tengo un par de ideas más para historias cortas de cómic que también debo convertir en guiones a la brevedad posible, así que tengo en qué mantenerme ocupado.

El plan es el mismo. Un día a la vez, un problema a la vez. No permitir que ninguno me agobie por pensar que se trata de algo más grave de lo que en realidad es. Porque si algo he aprendido en estos cuarenta y cinco años, es que preocuparme de más o estresarme no hará que las cosas se resuelvan más rápido ni con mayor facilidad. Parafraseando a Confucio, si algo tiene solución, no hay por qué preocuparse, y si no la tiene, preocuparse no sirve de nada.

Espero no haber deprimido a nadie. Agradezco la atención de quienes siguen este espacio por la razón que sea. Prometo limitar al mínimo esta clase de textos, y poner más contenido sobre entretenimiento, deporte y curiosidades, si es que alguno de esos intereses es su razón para leerme. Nos leemos después.

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