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jueves, 10 de marzo de 2011

Credo ballardiano

Normalmente publico algún texto que de algún modo relaciono con mi cumpleaños, y este año pensaba hacerlo otra vez, pero una fuerte carga de trabajo me lo complicó. En principio iba a hacer una especie de credo personal, pero me ganó el tiempo y no acabé. Hace unos días me encontré con un enlace a un texto de JG Ballard y descubrí de donde me había venido la idea. De todos modos, dudo que el mío hubiese quedado mejor que el Ballard. Intentaré completarlo y moverle un poco al contenido para que no sea una mala imitación.

Por lo pronto, les comparto mi traducción del original de Ballard.
Disfrutenlo.
Creo en el poder de la imaginación para recrear el mundo, para liberar la verdad que hay dentro de nosotros, para aplazar la noche, para trascender la muerte, para hechizar carreteras, para congraciarnos con los pájaros y para ganarnos la confianza de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de un choque de autos, en la paz de un bosque sumergido, en las emociones de una playa vacacional desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos y en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en las pistas olvidadas de Wake Island , que apuntan hacia los Pacíficos de nuestra imaginación.
Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y en el brillo de su labio inferior; en la melancolía de los heridos conscriptos argentinos, en las sonrisas embrujadas del personal de las gasolineras; en my sueño de Margaret Thatcher acariciada por aquel joven soldado argentino en un motel olvidado vigilado por un tuberculoso dependiente de gasolinera.
Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan cercanas a mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con los encantados rieles cromados de los mostradores del supermercado; en su afectuosa tolerancia de mis perversiones.
Creo en la muerte del mañana, en la extenuación del tiempo, en nuestra búsqueda de un nuevo tiempo dentro de las sonrisas de las meseras de auto-ruta y los cansados ojos de los controladores de tráfico aéreo en los aeropuertos fuera de temporada.
Creo en los órganos genitales de grandes hombres y mujeres, en la postura corporal de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la Princesa Di, en los dulces aromas que emanan de sus labios mientras contemplan las cámaras del mundo entero.
Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la locura de las flores y en la enfermedad guardada para la raza humana por los astronautas Apolo.
Creo en nada.
Creo en Max Ernst, Delvaux, Dali, Titian, Goya, Leonardo, Vermeer, Chirico, Magritte, Redon, Duerer, Tanguy, el Facteur Cheval, las Watts Towers, Boecklin, Francis Bacon y en todos los artistas invisibles dentro de las instituciones psiquiátricas del planeta.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética y en la intención asesina de la lógica.
Creo en las mujeres adolescentes, en su corrupción por la postura de sus piernas, en la pureza de sus desaliñados cuerpos y en las huellas de sus partes pudendas abandonadas en los baños de andrajosos moteles.
Creo en el vuelo, en la belleza de las alas y en la belleza de todo lo que alguna vez ha volado, en la roca arrojada por un pequeño niño que lleva con ella la sabiduría de estadistas y parteras.
Creo en la gentileza del bisturí del cirujano, en la geometría ilimitada de la pantalla de cine, en el universo escondido dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la locuacidad de los planetas, en nuestra propia repititividad, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.
Creo en la luz emitida por las videocámaras de los aparadores, en las mesiánicas revelaciones de las parrillas del radiador de los autos de exhibición, en la elegancia de las manchas de aceite en las góndolas de los motores de los 747s estacionados en las pistas de los aeropuertos.
Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro y en infinitas posibilidades del presente.
Creo en el trastorno de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.
Creo en los diseñadores de las Pirámides, del edificio Empire State, del Berlin Fuehrerbunker, y de las pistas de Wake Island.
Creo en los humores corporales de la Princesa Di.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en las migrañas, en el aburrimiento de las tardes, el miedo de los calendarios, y la falsedad de los relojes.
Creo en la ansiedad, psicosis y desesperación.
Creo en las perversiones, en los enamoramientos con árboles, princesas, primeros ministros, gasolineras abandonadas (más hermosas que el Taj Mahal), nubes y pájaros.
Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.
Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.
Creo en el alcoholismo, enfermedades venéreas, fiebre y cansancio. Creo en el dolor. Creo en la desesperanza. Creo en todos los niños.
Creo en los mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, horarios aeroportuarios y señalamientos de aeropuerto. Creo en todas las excusas.
Creo en todas las razones.
Creo en todas las alucinaciones.
Creo en toda la ira.
Creo en todas las mitologías, memorias, mentiras, fantasías y evasiones.
Creo en el misterio y melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles y en la sabiduría de la luz.
Y ustedes, ¿en qué creen?

Pueden leer el original en inglés en este blog.

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