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viernes, 18 de junio de 2010

Tengo más de una semana considerando si escribía o no este texto que me estaba dando vueltas en la cabeza, y aún cuando prácticamente había decidido no hacerlo, los eventos de ayer en la tarde me llevaron después de todo a la determinación de escribirlo.


No soy muy aficionado al fútbol y debo decir que pocas cosas me importan menos que el torneo local. Sin embargo, cuando puedo me gusta ver juegos de las ligas española e inglesa, de la Champions League, la Eurocopa y el Mundial. Suelo seguir con atención los juegos de la selección mexicana, pero no esta vez. Me molestó mucho la forma en que se manejó el equipo desde el mundial pasado y la salida de Ricardo Lavolpe como director técnico. La designación de Hugo Sánchez me pareció de mal gusto, y su posterior sustitución con Sven Goran Eriksson, técnico capaz pero ajeno al fútbol mexicano fue una estupidez absoluta.

Lo que me hizo decidir que no me importaba lo que hicieran con la selección fue que recontratasen a Javier Aguirre, técnico prepotente y hocicón cuyo trabajo me parece sobrevalorado, pues parecen haber olvidado la patética forma en que culminó la participación de su equipo en el mundial 2002 y la cobarde manera en que evitó regresar a México y enfrentar a medios y afición. Supe que se vendría un periodo de necedad, decisiones controvertidas y una actitud de "es mi selección y me la cojo cuando quiera". Y tenía razón. En más de una ocasión expresé lo poco que me importaba quienes estuviesen en la selección que iría al mundial o cómo les fuera en sus partidos.


¿Estoy obligado a echar porras a un equipo que no me gusta sólo porque viste los colores de la bandera y lo promueven como un "representativo nacional"? Digo que no. Es como exigir a todo el nacido en Guadalajara que sea fan de las Chivas, o a un chilango que sea americanista. Tan ridículo como que los estudiantes y egresados de escuelas incorporadas o afiliadas a la UNAM deba ser fan de Pumas. Si veo el juego como un espectáculo deportivo y entretenimiento, soy libre de apoyar a Inglaterra, Alemania u Holanda, equipos que me gustan más que México. Pero ahora me acusan de mal mexicano y traidor a la patria por mi negativa a caer por el inmenso aparato mercadológico que rodea al representativo de la Femexfut.

Y ojo, eso es la selección nacional. No es un equipo que represente a un país, mucho menos a una nación, y no juega en representación de cien millones de mexicanos. Es un equipo que juega por dinero (bastante, por cierto) y representa los intereses económicos de un puñado de empresarios, ya sean los dueños de los equipos o sus multiples socios, los "orgullosos patrocinadores" del equipo tricolor, que incrementan sus ingresos cada cuatro años a costa de explotar los sueños e ilusiones de millones de aficionados. La selección no es México ni viceversa, y nadie debería pensar que es así. Pero muchos lo hacen.


Con lo de ayer, me refiero a las reacciones a la victoria de México sobre Francia. Destaco que los noticieros de TV omiten mencionar lo circunstancial de ambos goles y las polémicas decisiones arbitrales que los permitieron. Se habla de que México fue muy superior y que el 2-0 es fiel reflejo del dominio que tuvieron durante todo el partido. En eso no hay discusión, pues la combinación de un México motivado y voluntarioso con una Francia apática resultó en un duelo poco parejo. En donde no estoy de acuerdo es en que hablen del "despertar" de la delantera mexicana y de la contundencia que se tuvo.

Si hubiese sido contundente, el partido habría estado 2-0 al medio tiempo y no hubiese sido hasta el minuto 55 que una acción en fuera de lugar permitiera al "Chicharito" abrir el marcador. La definición fue buena, sí, pero debe mucho a la oportunidad de tomar una ventaja ilícita sobre los defensas franceses. Tal vez era cuestión de tiempo que cayera el gol, pero es innegable que fue regalo de la terna arbitral. Y sobre el segundo gol, ¿qué puedo decir? Otro árbitro hubiese amonestado a Pablo Barrera por tan descarado clavado y hoy no se hablaría de que el Man U muestra interés.


Mi molestia no es por el resultado del juego. Ganó México, bien por ellos y por aquellos para quienes representa algo importante en sus vidas. Pero ¿qué tal si Francia hubiera ganado por el mismo marcador gracias a dos pifias arbitrales? Miles se rasgarían las vestiduras, gritarían "nos robaron", y no faltaría quien propusiese presentar una queja formal ante FIFA bajo amenaza de retirarnos de la competencia. Por fortuna los franceses no han caído en tal melodrama, en parte porque consideran justo perder el partido. ¿Y cómo quejarse del arbitraje si lograron su calificación al Mundial gracias a un error de los árbitros del que sacó ventaja Henry?

Los errores arbitrales son comunes en cualquier competencia, y más en el fútbol soccer. Hay quienes dicen que la polémica que generan es parte del deporte, opinión que no comparto, pues creo que lo ideal sería tener la competencia más justa posible y donde todo lo ganado se deba a un esfuerzo legítimo y no al "colmillo" o malicia de algún jugador. En este caso, dos errores arbitrales se reflejaron en el marcador, lo que siempre será reprobable. Pueden argumentar que sirvieron para que el marcador fuera justo por lo mostrado por ambos equipos, pero eso no cambia la situación. México sufre para anotar y no puede contar con que los árbitros le ayudarán siempre a conseguir los goles.


Y justo eso es lo que me preocupa. Ahora la gente en las calles, bares y cafeterías discute el futuro de la selección mexicana, porque después de Francia, qué nos dura Uruguay. Les ganamos, calificamos primero de grupo, evitamos a Argentina, vamos a cuartos de final y ya encarrerados, a ver quién nos para. Y todo sin detenerse a pensar que una combinación de resultados podría dejar a México en tercer lugar del grupo y por tanto eliminados.

Si México queda eliminado gracias a un error arbitral, ya sea el próximo martes o en alguna ronda posterior, ¿Están los aficionados y el departamento de marketing, eh, quiero decir, la prensa especializada, dispuestos a aceptarlo sin aspavientos? Lo dudo mucho.

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