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lunes, 4 de julio de 2005

Escuelas

Esta semana concluyó el periodo escolar en las escuelas de la Secretaria de Educación Pública. Aún cuando los cursos finalizaron oficialmente el 30 de junio, es un hecho que las clases propiamente dichas terminaron algunas semanas antes. La necesidad de realizar evaluaciones y empezar el papeleo para la entrega de documentación lleva a cerrar el programa educativo con antelación.

El problema es que durante las pasadas dos o tres semanas se produjo el mismo fenómeno de cada año. Ante la necesidad de mantener a los niños ocupados los maestros recurren a lo más fácil: ponerlos a hacer manualidades. Esto no sería necesariamente malo de no ser por la clase de trabajos que hacen. Toman un dibujo cualquiera y lo rellenan con diamantina o con bolitas de crepe de colores. Hacen maquetas de animales con plastilina. Colorean dibujos con anilina o color vegetal. En fin, la idea es mantenerlos con las manos ocupadas sin que importe si la actividad elegida represente algún beneficio o enseñanza para los niños.

¿No sería mejor dedicar ese tiempo a repasar lo aprendido durante el curso? ¿A resover las dudas o preguntas que pudiesen tener los niños de alguno de los temas estudiados? O incluso a cubrir aquellos temas del programa que el tiempo no permitió tratar de forma adecuada (lo cual es más común de lo que debería). Hay tantas formas de aprovechar el tiempo en las aulas.

En mi opinión, uno de los mayores problemas de los estudiantes de cualquier nivel en nuestro país es que no leen. Nunca se fomentó en ellos el hábito de la lectura, así que siempre que les es posible sacarle la vuelta a un libro lo hacen, sin importar si se trata de una obra literaria, un libro de texto o incluso un manual. Tal vez los maestros de grupo deberían aprovechar esas dos semanas para crear mini talleres de lectura. Considero que sería más productivo que los padres gastaran en un puñado de fotocopias de algunos cuentos que en plastilina y papeles que eventualmente terminarán en el bote de la basura.

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